La panadera esboza la mejor de sus sonrisas y adopta un ademán oferente al otro lado del mostrador. De su brazo cuelga la bolsa con los molletes y la barra integral pero su mirada decidida no deja lugar a dudas: sólo a la vista de las monedas se desbloqueará el resorte invisible que mantiene el producto de su trabajo pegado al cuerpo. Culminada la transacción, el cliente recibe su compra y hace balance de las monedas que restan en su bolsillo, antes de decidir una escala breve en la cafetería de la esquina; sería impensable hacer un alto sin tener liquidez suficiente. Imagínense el bochorno: el café ya bebido, la taza en la que apenas quedan los posos y faltan unos céntimos. No, quita; qué vergüenza.

Nuestro protagonista, del que a estas alturas de la historia habrá que decir que es autónomo, siente perplejidad por la claridad con que funciona el sistema en determinados ámbitos; a la vez, ese propio sentimiento de perplejidad le causa un dolor que se manifiesta como una punzada ocasional en las sienes. Pero para alguien que cotiza en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos no hay punzada que valga y la agenda le chiva los asuntos pendientes: ronda de llamadas para reclamar facturas pendientes de pago. Al enfilar el portal, alguien le da los buenos días; el «bu» inicial del saludo le recuerda la palabra burofax. A continuación, abre el buzón: cartas de Endesa y Gas Natural. Una vez arriba, se sienta ante la mesa de trabajo. Un par de inspiraciones profundas preceden a la primera llamada; esta vez sí descuelgan y en el otro extremo de la línea una voz angelical anuncia: Mañana te pago. Sin falta. Nuestro abnegado héroe se mira al espejo, intentando ensayar la mirada de su amiga la panadera.