Más allá de la rima fácil con la que el otoño asiste a los poetas de cálamo de hormigón, el otoño es una estación emocionante. En otoño el bosque se desnuda para vestir a la tierra y para prestarle voz a las pisadas silentes del caminante. El otoño es desprendido y entregado e invita al recogimiento, a la introspección y a escuchar a todo lo que hemos perdido. Quizá sea por ello que el otoño empuja a que la depresión y a la angustia vuelen ápteras hacia su apogeo. Pero, aún así y a pesar de ello, estoy convencido de que es la estación sabia que equilibra la locura espontánea de la primavera. Los errores de primavera que no se reparan en otoño tienden a durar para siempre. Kierkegaard, el padre del existencialismo, decía que prefería el otoño a la primavera, porque en otoño miramos al cielo y en primavera a la tierra.

La Naturaleza cuenta con el otoño para exfoliarse y mudar la piel. Cosa de la que debiera nutrirse la actividad turístico-profesional, porque cada otoño es tan esencial para ella como esencial es para la Naturaleza. Pero parece que los implicados en el desarrollo turístico no acabamos de asumirlo, porque, salvo contadísimas excepciones que vinieron a confirmar la regla, cada otoño turístico ha sido el resultado de un copia y pega del otoño anterior, que a su vez remedaba a todos los que lo precedieron.

--Turuta, toca llamada --es la orden turística cada otoño--. Y el turuta se desinfla convocando al personal a golpe de soplidos en el clarín, hasta que los sordos lo escuchan.

--Turuta, toca a formar --es la siguiente orden turística cada otoño--. Y el personal acudimos a la formación y nos expresamos --demasiadas veces para oírnos nosotros mismos--, y terminamos armando un complejo y novedoso e innovador puzle que se diferencia del puzle que lo precedió en nada más y nada menos que un 0,001%, cuando más --esto es un poner--, respecto a las filosofías de promoción y en un 0% --esta es una ratio contrastada-- respecto a la esencia del destino.

Salvo olvido y/o error por parte del que le escribe, generoso lector, ningún plan turístico del terruño ha tenido en cuenta la mismidad esencial cambiante (ipseidad) del destino a lo largo de los años. Y mucho menos su capacidad de carga. Lamentablemente, de este último aspecto casi mejor no hablar, porque es bien sabido por todos que la Costa del Sol y los todos municipios que la conforman, por razones espurias, naturalmente, han tenido, tienen y seguirán teniendo hasta el final de los tiempos una "sobrada capacidad de crecimiento". Craso error. Para mí está claro que es justo por esta sobrada suficiencia que ocurrió lo que ocurrió, ocurre lo que está ocurriendo y acabará de ocurrir lo único que puede ocurrir, si no lo remediamos...

Contrariamente a la estación otoñal, nuestro otoño, el turístico, no viene para exfoliarse, mudar la piel y facilitar la renovación, ¡qué va...! Pérdidas de tiempo las precisas, tú... Cuando el turuta tira del cornetín y nos llama a tertuliar sobre el producto y los mercados, nosotros comparecemos y nos entregamos sesudamente a renombrar las mismas ideas, valetudinarias siempre, que terminan alumbrando artificiosos pensamientos ortopédicos que hablan de experiencias imposibles y de emociones contrahechas que todos alabamos. ¡Sean por siempre alabados los artificiosos pensamientos ortopédicos, las experiencias imposibles y las emociones contrahechas...! ¡Y viva el vino y las mujeres, Manolo...!

Llevo mucho meditando el porqué de nuestra deletérea deriva y, justo en este instante, se me acaba de ocurrir que bien pudiera estar ocurriendo que cuando el sistema establecido está equivocado, es "peligroso" tener razón. O sea, que, quizá, lo nuestro no va del gatopardismo ramplón de cambiarlo todo para que nada cambie, sino de algo más próximo a las debilidades de la naturaleza humanas. Me refiero a que lo nuestro es muy probable que tenga que ver con el miedo, el cerote, la pavura, la jindama, el canguelo, el pavor de defender nuestra responsabilidad individual y colectiva, caiga quien caiga. Según François-Marie Arouet, cada hombre es culpable de todo lo bueno que no hace. Y, así, tal cual lo expresó don François-Marie, pareciere que ya en el siglo XVIII un grande estuviera mandándonos un mensaje a nosotros, los involucrados en el desarrollo turístico de la Costa del Sol.

Grande Voltaire, n’est-ce pas?