Al PSOE en el Ayuntamiento de Málaga le ha pasado lo que le pasa a todos los partidos que, acostumbrados a ganar, en una ocasión pierden pie, pierden la vez y se quedan sin silla: que no se hallan. No saben cómo sentarse en la bancada de la oposición, porque acostumbrados a viajar en el Falcon, de repente te ponen a hacer cola y te meten en la fila 28 de un Ryanair con el mismo espacio para las rodillas que para la protección de derechos de consumidores y usuarios; se queda dormida la nalga, la moción y el impulso, y sólo le salen chispitas en los ojos cuando hojean los catálogos de puntos del Club de Fidelidad de su Agrupación o de su Lideresa y les da para cambiar de destino. Una Dirección General, un Instituto Andaluz, una retirada para evitar el surmenage, pero con vuelta al machito si te lo piden con cariño. Incluso sin él.

En estas condiciones es casi benemérito que alguien se quede con la franquicia y no sólo diga que se va a presentar como candidato a la Alcaldía, sino que incluso ya se haya investido como alcalde. Ahí tienen a Daniel Pérez, por si no se habían dado cuenta. Alcalde con la poca rigurosidad formal que aporta un abanico, pero que compensa con el cariño de los conciudadanos, que lo paraban para hacerse fotos con él y darle la enhorabuena por su última película. Últimamente lo leo apuntándose hasta al bautizo de una Nancy y suena siempre en el bando correcto, esa zona amable que consiste en decirle a todo el mundo lo que quiere oír, a sabiendas (como buen apparatchik) que esas intenciones irán a un breve de página impar y al boulevard de las peticiones rotas. Animo, Dani: como asiento, la bancada es incómoda, pero como trampolín no falla. Y a los hechos me remito.