Quizá hace 120 años las prioridades fueran otras; puede que se tuviera una clarividencia que a lo largo de sucesivas generaciones se ha ido perdiendo. Lo cierto es que, cuando al comenzar el siglo XX se hizo el gran aterramiento a los pies de la Alcazaba sobre cuyo suelo nació el paseo del Parque, se comprendió la urgencia de disponer de arbolado maduro con el fin de hacer habitable lo antes posible tan inmensa explanada. Así, los árboles llegaron antes que bordillos, bancos, farolas o cualquier otro elemento. Los árboles fueron los pioneros en aquel territorio inicialmente hostil «como medio de poder conseguir en su día que sea un hecho [la existencia de los proyectados jardines y paseos]». De lo afortunado de aquella visión, perfectamente documentada en los archivos fotográficos de la época, deriva la maravillosa realidad que es el Parque de nuestros días.

Esta semana leíamos, en cambio, unas declaraciones que calificaban la alineación de plátanos de sombra del paseo de los Curas como «descuido importante» por tratarse de «árboles mal plantados en zonas donde no caben». Caramba, las palabras no son inocentes: difícilmente puede llamarse descuido a algo realizado con tanta anticipación y, de haber existido alguna mala praxis, debe achacarse a quienes vinieron después, ya que los árboles son en este caso anteriores a todo lo demás.

Una arboleda monumental no puede en ningún caso considerarse como un lastre sino como un legado de valor incalculable. Cuando sea precisa una reforma del espacio público, puede considerarse cualquier opción siempre que no afecte a la integridad de los ejemplares que la componen. A fin de cuentas, ellos llegaron primero.