Decir que Aznavour era el más grande en lo suyo no es decir mucho, pues lo suyo era sólo suyo y nadie pudo imitarlo en su terreno. Era el territorio de la nostalgia, y por tanto de lo perdido, pero sin edulcorante. De sus seguidores unos prefieren La Bohème, y otros, menos exigentes pero heridos del amor, Que C´est triste Venise. Hay también modos de no tener que elegir: la parte mundana de uno puede quedarse con la primera y la más íntima con la segunda, que para un romántico secreto es un pozo en el que hundirse en el fango más dulce. Es verdad que localizar en Venecia la pérdida de un amor es un tanto facilón, pero (visión posmoderna) también Venecia, hoy sólo un fastuoso plató, podría recordar su propio ayer. No se si la gente joven escucha algo a Aznavour, ni si cuando lo hace les llega, pero si no les llegara sólo quedaría compadecerlos (un paliativo, al fin, de compadecernos).