Lo sucedido en el Parc de la Ciutadella ante el Parlament de Cataluña en la tarde del martes pasado es una pésima noticia para las fuerzas nacionalistas que controlan tanto la Generalitat como la sede parlamentaria porque supuso perder el control respecto del propio proceso soberanista, que es, en esencia, el objetivo último que dicen perseguir. El president Torra, mostrando un talento de lectura política de la situación que roza el cero absoluto, estuvo jaleando, animando y dorando la píldora a los miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR) desde días antes del aniversario del 1-O. Para verse obligado a dar la orden a los mossos de cargar contra los anticapitalistas en el último momento, cuando parte de los policías se habían tenido que refugiar dentro del Parlament mientras los manifestantes del independentismo radical golpeaban sus puertas. Pero ese episodio no es una buena noticia tampoco para quienes están en contra del soberanismo. No lo es en absoluto que las facciones moderadas, aunque lo sean en forma mínima, pierdan los papeles ante el radicalismo feroz. Ni supone motivo de alegría alguno que, un año más tarde, fuesen los mossos los protagonistas de las cargas. Habrá quien piense que está muy bien que quienes sacaron provecho de la jornada del referéndum ilegal experimenten en propia carne las consecuencias de tener que actuar para que las leyes se cumplan. Pero los sucesos del martes ponen de manifiesto que hay algo que va muy mal en Cataluña. No es razón para lanzar carcajadas. Tampoco es como para tirar cohetes el que hayan perdido protagonismo Òmnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana (qué curioso que se diga casi igual en la lengua de Jacinto Verdaguer que en la de Cervantes, ¿verdad?). Porque su puesto al frente de las reivindicaciones soberanistas ha sido cubierto por la CUP y sus escuadras de asalto, los CDR. Aunque solo fuese por eso, sería de desear que la prisión preventiva de los Jordis, Cuixart y Sànchez, terminase ya. Pero incluso por encima de ese anhelo está el que se demuestra una vez más lo dañina que es la lentitud de la Justicia. Nadie debería verse encerrado antes de la condena y menos aún cuando el juicio se demora tanto. Pero a lo que íbamos: con Òmnium y con la ANC cabía coincidir en algunos aspectos; con los antisistema, es casi imposible. Y puede en que en eso estribe lo peor de la pérdida del control de la calle por parte de Torra y su consejero de Interior, Buch. Las frivolidades que tanta gente sabía que iban a terminar mal han sido desplazadas de pronto por el conflicto abierto. La única buena noticia es la de que quizá ahora se haga más caso a voces como la de Victoria Camps. Ha llegado la hora de recuperar amistades y proyectos comunes en Cataluña. Lo contrario, está suponiendo el caos.