No será como mandar a paseo al jefe, será incluso peor, porque cuando entre en vigor la nueva Ley de Protección de Datos que está tramitando el Congreso de los Diputados estos días un trabajador podrá ignorar los correos electrónicos de su supervisor, las constantes llamadas del jefe de departamiento durante un partido de Liga de Campeones o los mensajes de Whatsapp del director de la empresa, y podrá hacerlo con una sonrisa en los labios, con la picardía propia del que lee el mensaje y se queda un rato En línea, a propósito, sacando de quicio al remitente, y con la tranquilidad de saber que la ley le ampara en el supuesto caso de que pueda haber represalias. Ello será posible gracias al derecho a la desconexión digital que, a semejanza de como ya ocurre en Francia, en nuestro país podría empezar a reconocerse en cuanto, lo dicho, la antes mencionada ley salga adelante. Desconexión digital o, lo que es lo mismo, vivir las horas de descanso o vacaciones sin tener que atender a compromisos laborales. Suena bien, si fuera posible una desconexión plena, pero que levante la mano el que es capaz de escuchar varias notificaciones de Whatsapp sin asomarse a la pantalla o repasar los cuarenta o cincuenta mensajes en un grupo del trabajo en el que, a ustedes también les pasará, se suele hablar de todo menos de trabajo. El reconocimiento del derecho a la desconexión no sólo se recogerá en esta ley, sino que se anuncia que además se llevará al Estatuto de los Trabajadores y al Estatuto Básico del Empleado Público. Cobertura total, incluido el funcionariado. Puede darse la situación de que, una vez en marcha la ley, Pedro Sánchez llame a uno de los ministros que le queden para preguntarle un domingo si es verdad eso de que tiene una sociedad a su nombre o para pedirle que borre un par de tuits polémicos de hace unos años y el ministro, o ministra, amparándose en el derecho a la desconexión, pase de Pedro hasta que le vea sentado en el escaño. La única forma de desconectar plenamente a día de hoy, en pleno siglo XXI, es coger el móvil y lanzarlo bien lejos, pero tampoco es plan cambiar de teléfono cada vez que nos ausentamos una semana del trabajo, corriendo el riesgo de perder para siempre llamadas que inspiran cuplés antológicos. Si alguna vez han estado en el fútbol y les ha llamado su jefe, saben de qué les hablo. Al final, con ley y sin ley, llame quien llame o escriba quien escriba, siempre nos quedará el gustito de decidir si cogerlo, responder o pasar, con la tranquilidad que da estar protegido por la nueva ley. Salvo cuando llama la parienta o nuestra madre. Ahí no hay duda posible.