Hoy es el aniversario de la lectura del poema Aullido, de Allen Ginsberg, en la Six Gallery de San Francisco, en 1956. Se ha dicho que ese poema es una primera palada de tierra sobre el modo de vida americano de la posguerra mundial, pero podría verse también como el contrapoema de Canto de mi mismo, de Walt Whitman, de un siglo casi justo antes, pues aunque ambos exhiben un estentóreo vitalismo hay entre ellos el camino del optimismo a la desesperación, y de los grandes horizontes a la pesadilla urbana de la sociedad industrial.

Aunque los dos fueron de jóvenes poetas malditos y prohibidos, acabaron venerables y venerados, con barbas blancas y carisma de místicos, ya recuperados por el sistema para desempeñar el rol típico del poeta, que cumplían a la perfección. Pero, volviendo atrás, aquel 7 de octubre el Imperio empezaría a verse, con horror, en el espejo. Trump tenía 10 años.