La lluvia configura charcos en las aceras y sus reflejos dibujan a una ciudad con tono plomizo calada por su propia idiosincrasia. Málaga prosigue con su tremebundo ritmo de unos proyectos por ejecutar, metro, Baños del Carmen, el acceso al PTA...; otros, esperando décadas por emprender, como los casos del Convento de San Agustín o de la Trinidad€ Mientras tanto, los malagueños continuamos expectantes ante la sempiterna pugna partidista que en esta urbe toma nombre propio: la sinrazón.

Con las miras puestas al 2 de diciembre, la política no deja de inundarlo todo y sus actores comienzan la precampaña electoral autonómica orquestada por el agravio, el oprobio y la porfía, irrumpiendo con las mismas maniobras tediosas e interminables, las cuales nos resultan un tanto agotadoras ante ese vértigo que los candidatos generan con el afán de lograr la victoria del poder. Nietzsche me comentaba hace unos días que la locura es rara en los individuos, pero en grupos, partidos, naciones y épocas sigue siendo la regla, apostillándome: hay que estar un poco loco para aguantar a tanto idiota.

Me detengo hoy en la celebración del Día Mundial de la Salud Mental 2018 puesto que el tema de este año me parece inquietante: Los jóvenes y la salud mental en un mundo en transformación. Si bien es cierto que en la adolescencia y los primeros años de la edad adulta se generan un gran número de cambios: colegio, hogar, universidad, inserción laboral; esta etapa para los jóvenes es tan apasionante como estresante y si no se consideran y controlan estos sentimientos pueden causar enfermedades mentales. Con el objetivo de luchar contra el estigma social que existe hacia estas afecciones y evitar la exclusión social que padecen estos pacientes, me sumo a la idea del escritor Plinio el Viejo cuando nos recuerda: «No hay mortal que sea cuerdo a todas horas».