Todavía estoy mentalmente en verano y aún hace calor, pero ya hay equipos de veras apurados y clubes al borde de la combustión. Hay incluso entrenadores que ven los partidos en casa, de vuelta al paro, gritándole a la tele en lugar de al que saca de banda. La otra noche, un futbolista de uno de esos equipos al límite dijo que para cambiar la situación y empezar ganar partidos debían «ser hombres». A mí esa fórmula me extrañó bastante, chirrió en mi cerebro la verdad, porque yo soy un hombre y los problemas los afronto metiéndome en la cama y tapándome con la sábana hasta la cabeza, esperando que los solucionen otros o se resuelvan solos.

A veces el fútbol da mucha pereza. Tanto lo de siempre, tanta frase hecha, tanto cliché, tanta explicación absurda y forzada. Hay ruedas de prensa que sabes qué se va a preguntar y qué se va a contestar. Hay partidos que dejan resacas conocidas, reacciones condicionadas por las filias y fobias de cada cual, amoldando a conveniencia la realidad. Un error común es ver el partido buscando pruebas que confirmen lo que previamente pensábamos. Contra ese prejuicio nos debemos rebelar siempre.

Hay que jugar como hombres porque los hombres son fuertes y no tiemblan: lo de siempre, más pereza. Lo mejor del fútbol es que todos perdemos alguna vez, tarde o temprano, seas un imbécil o un genio, te creas muy hombre o yo qué sé, un superhéroe, todos nos vamos alguna vez calentitos a casa. Lo mejor del fútbol es que si te crees muy listo no tarda en ponerte en tu sitio. El partido más angustioso de mi vida lo jugué en edad cadete. Fallé un penalti nada más empezar y ya no me repuse. Me peleaba con todos, hasta conmigo mismo, y no me salía nada. El árbitro además era insoportable. Me pitó una falta que no había hecho y le dije que era muy malo. Se lo repetí tres o cuatro veces a ver si me expulsaba. No lo hizo, algo mejor hizo, lo mejor que podía haber hecho hizo. «¿Y tú?», me contestó, «tú eres buenísimo eh, eres un fenómeno tú, chaval, un fenómeno».

En mi sitio. Calentito.

Me gusta cruzarme con alguien que habla por teléfono por la calle, escuchar solo una frase e imaginar el resto de la historia. Hay algo trágicamente mágico en el hecho de beber en un bar estando solo. Ernesto Valverde me cae bastante bien, pero a ver si lo echan y lo contrata el Werder Bremen para poder escribir Ernesto valverderbremen.

No sé qué es jugar como un hombre ni quiero saberlo. Sé que lo que se suele asociar a esa idea me resulta de lo más lejano y ajeno. Empatizo antes con otra imagen, la más potente que me he topado en lo que va de temporada: Santi Cazorla, un millonario campeón de Europa temiendo que quizá no volvería a competir nunca más, con el médico diciéndole que con suerte podría jugar con su hijo en el jardín, solo, lesionado y vulnerable, escuchando que estaba acabado y viendo vídeos suyos en Youtube para recordar cómo jugaba, para recordar lo que sabía hacer y de lo que era capaz, y motivarse.

Me representa a medias Cazorla: quiero pensar que algún día de esos de mierda se levantó y volvió rápido a la cama, se tapó con la sábana hasta la cabeza y se durmió de nuevo creyendo que al despertar el problema se habría arreglado solo.