Futuro próximo. Se acabaron los turistas.

Tranquilidad. No hay que reciclar ya las mesas y las sillas de las terrazas, al menos las que impiden que puedan pasar las familias con los carritos de los bebés o quienes van en silla de ruedas. Tampoco hay que reconvertir ya los hoteles en salas de realidad virtual o en supermercados détox o interminables tiendas de smartphones ni devolver las viviendas de uso turístico a su uso como techo para que viva en alguna quien no lo tiene, por ejemplo.

No desaparecerán los turistas. Se hace camino al andar. Pero sí la palabra turista, con todo su lastre histórico de significar gilipollas que no se enteraba de ná e iba en sandalias con calcetines en verano. El mundo es global para las tarjetas de crédito y quienes existen para el capital -o sea, quienes las tienen- viajan para vivir lo que han visto en las pantallas conectadas directa o indirectamente a la red de redes. Porque vivir es sentir, aprender y acumular la experiencia vivida para compartirla con los demás o para recuperarla de la memoria sensorial y revivirla.

Por eso los agentes del turismo moderno ya ponen el foco de sus intereses en el viajero, quizá recordando aquello de la Ítaca de Kavafis, «Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias». Ítaca es el viaje.

Un viajero que visita Málaga, por ejemplo, ya da por hecho la calidad de las infraestructuras que la europea y turística Costa del Sol tiene. Es la experiencia que le rodea dentro y fuera del hotel y de los restaurantes y de los museos a los que va, lo que le aporta el valor añadido de estar en una ciudad donde vivir experiencias que en la suya nunca vivirá. Cada vez son menos los turistas que van a la India a comprar en una tienda que tiene en su ciudad o al mismo restaurante de comida rápida que hay en su barrio. Por eso la vocación de continuidad de un modelo turístico, por ejemplo, el de Málaga, no debe basarse en la existencia de sus playas y sus museos sino en la propia ciudad y la relación empática de sus propios habitantes con ese modelo.

Las sociedades se desarrollan económicamente porque han ido educándose. Las sociedades incultas soportan mejor el subdesarrollo y permiten el crecimiento de la desigualdad. Todo está relacionado. El modelo turístico del futuro, de casi ayer ya, debe mimar no sólo a los turistas, sino a los residentes como agentes imprescindibles en la generación de experiencias del viajero que se deja los cuartos. Y en su progreso debe proteger la ciudad idiosincrásica, evitar que se desvirtúe hasta el punto de perder lo que fue para seguir siendo distinta de las demás. Tener 74 campos de golf en la provincia malagueña es un valor indiscutible, a pesar de que al golf se puede jugar en otras partes del mundo. Pero luego visitar la casa de Picasso; pasear al lado de un teatro romano, una alcazaba árabe y un castillo cristiano juntos en pleno centro; bañarse o caminar en playas urbanas con olor a espetos de sardinas, hacer amigos al momento, todavía sólo se puede vivir en Málaga. Pero sólo todavía.