Decía Franz Kafka que la literatura es siempre una expedición a la verdad. Ocurre que llegar hasta ella -la verdad o la literatura, elige a cuál me refiero- a veces no es tan fácil. Bueno, ahora que está eso de internet, es mucho más que fácil. Desde el sofá, el asiento del tren o la grada de una cancha de baloncesto, la verdad, la posverdad, la literatura y las últimas ofertas de esas empresas cuyos nombres no quiero poner aparecen en nuestra pantalla. Ahora el reto es superar lo instantáneo, la acumulación, la pereza de decidir entre tanto. Sin embargo, hace unos años no era así.

No hace tanto que los libros eran un bien escaso. Había personas que se dedicaban a la venta a domicilio de enciclopedias que versaban sobre los temas más variopintos. Es curioso cómo el tiempo ha otorgado a esos profesionales, antaño tildados de pesados y hasta cierto punto timadores, la categoría de avanzadilla cultural que invadía vastos territorios con las mejores maneras del mundo. Había quien adquiría esa colección de volúmenes como un símbolo de estatus; también quien los adquiría como un tesoro, que exprimía y del que sacaba horas de deleite. Además de esto, existía un Club de Lectores que también te los traía a casa, dejándote un catálogo a todo color para que pudieras elegir como mínimo un libro al trimestre. Y sí, aquella persona, cuando te traía el catálogo, te dejaba el libro o dos que habías pedido, que era recibido con alegría en la casa.

En aquellos tiempos, no había muchas bibliotecas públicas. La primera de ellas surgió en Málaga por 1918 y encomendó su selección de libros al novelista Arturo Reyes. Poco a poco fueron surgiendo las llamadas de barrio o distrito, si bien la ciudad creció tanto en los años 60 y 70 que no daban abasto. Y fue entonces cuando surgió la iniciativa del bibliobús.

Actualmente es un servicio que ofrece el Ayuntamiento para llevar la biblioteca pública a barrios distantes o diseminados. En los tiempos a los que me refiero, la titularidad del servicio correspondía a la Diputación y abarcaba casi la totalidad de los barrios de Málaga. El que mis hermanos y yo conocimos era el bibliobús número 4, que estacionaba junto a la torre de la plaza de Basconia.

Cuando llegaba, muchas veces ya había una cola improvisada. El chófer, que hacía las veces de portero, ponía un poco de orden. En su interior había una mujer que era la que se hacía cargo de clasificar, asesorar y sellar los libros que nos llevábamos. Recuerdo con nostalgia el sobrecito que tenían en la contracubierta, en el que te marcaban la fecha de devolución. Había libros que estaban llenos de fechas; otros, los más raros y menos pedidos, presentaban una o dos, como los pasaportes de la gente que viaja poco.

En el bibliobús había trapicheo con los tebeos y los cómics, los bienes más preciados. La gran mayoría de los usuarios éramos adolescentes primerizos y tanto el chófer como la bibliotecaria nos permitían, sin decirlo, el intercambio de tebeos con otros, un mercadeo que, sin dejar de ser inocente, no carecía de un punto entre tahúr y mercachifle. Un SuperHumor solo se cambiaba por tres Astérix o dos Tintín.

Gracias al bibliobús, me inicié en muchos tipos de literatura: clásicos, de aventuras, de misterio, ensayo, ciencia ficción... Para mis hermanos y para mí fue una escuela sobre ruedas, una forma de leer libros que de otro modo nos hubieran resultado inaccesibles. Como nosotros, muchas personas también se beneficiaron de esta iniciativa que, con el transcurso de los años, fue perdiendo su razón de ser: la aparición de librerías, una subida general de los presupuestos familiares y la creación de bibliotecas de distrito, ahora sí en todos los barrios, supuso primero su estancamiento y luego su desaparición. Eso sí, cumplieron con creces una labor tan modesta como necesaria. Como lo hacían los vendedores de enciclopedias o el Club de Lectores.

Porque si la literatura es una expedición a la verdad, hay momentos en que la verdad -o la literatura, como más te guste- es la que tiene que hacer la expedición y llegar hasta las personas que la esperan. Y con el bibliobús, llegó sobre ruedas.