El polémico juez Brett Kavanaugh, gracias al ardiente apoyo del presidente Trump y el Partido Republicano, ya ocupa su anhelado asiento en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Por una diferencia de dos votos - la más ajustada de los últimos tiempos - tanto el controvertido juez como el partido trumpiano (el viejo GOP, el que fuera el glorioso partido de Abraham Lincoln, ya casi fagocitado por Donald Trump) finalmente ganaron la batalla.

Durante una generación es previsible que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos pueda ser influenciado por una opción política cada vez más anclada en el daltonismo moral, la desigualdad y el desprecio a los derechos humanos. Además de la permisividad ante los ataques al medio ambiente y una total indiferencia ante las consecuencias del cambio climático. Por eso y por otros motivos es aconsejable la lectura del editorial "Vote NO on Kavanaugh" que publicó el 4 de octubre el Washington Post, aconsejando el voto desfavorable a la candidatura de Kavanaugh.

El contenido de esa exhortación fue un importante alegato en defensa de la inteligencia de los gobernantes y los gobernados y la decencia moral, virtudes hasta ahora fundamentales en la historia de los Estados Unidos. No solo por la lucidez de sus argumentos. El legendario diario de la ciudad de Washington, tanto por su honestidad intelectual como por su valentía cívica, se ha ganado una vez más nuestra admiración y nuestro respeto. Y no sólo en los Estados Unidos. Al recordarnos de nuevo que sin una prensa libre la democracia y la libertad no son posibles. Como proclama cada día en su primera página el lema del Washington Post, "En la oscuridad perece la democracia".

Lo que siempre me trae recuerdos emocionantes de una lejana juventud. En la que un servidor de ustedes vivió como espectador durante su estancia en los Estados Unidos (en 1974) un drama muy parecido al que hoy en día polariza y divide a los norteamericanos: el Watergate y las consecuencias de una presidencia carcomida por la indignidad del entonces presidente Richard Nixon. Aunque aquella situación fue sustancialmente menos dramática y peligrosa para la sociedad americana y para Occidente que la actual. También entonces el Washington Post y sus ejemplares periodistas - Bob Woodward y Carl Bernstein, entre otros - se enfrentaron a similares dilemas con la misma honestidad e idéntica valentía que los de hoy. El Washington Post escribió entonces - como ahora las está escribiendo - las que fueron las páginas más dignas y valerosas de su larga historia.

Ante la frágil condición humana estos buenos ejemplos son cada vez más necesarios. Además de ser unos muy convenientes avisos para incautos navegantes. God bless America!