En la veneciana Escuela de San Jorge de los Esclavonios hay una importante concentración de cuadros de Vittore Carpaccio. Uno de ellos -especialmente delicioso- representa a San Agustín en su escritorio: el sabio de Hipona aparece rodeado de libros, astrolabios, partituras musicales y numerosos objetos que expresan las aspiraciones intelectuales de un humanista del cinquecento a la vez que aluden a una armonía entre los estudios profanos y los sagrados que era propia de la época. A la vista de semejante iconografía, podemos imaginarle muy complacido ante la perspectiva de que el convento malagueño que está bajo su advocación acoja a la Biblioteca pública del Estado, institución que lleva 24 años en su sede «provisional» de la avenida de Europa desde que se produjo su desalojo de la Casa de la cultura de calle Alcazabilla.

El óleo antes citado, que lleva por título La visión de San Agustín, muestra al protagonista sobrecogido por una luz irreal que le llega desde el exterior a través de un ventanal. Los historiadores de arte atribuyen su actitud a una visión en la cual San Jerónimo le comunicaba su muerte; aunque su sobresalto tal vez se deba, más bien, a la penúltima noticia que nos llega sobre el proyecto de la biblioteca: su diseño resuelve el programa de necesidades y lo encaja en el seno del convento pero obvia su alto valor patrimonial. No en vano, goza de protección arquitectónica y está incluido en el catálogo de edificaciones protegidas. Se ha reaccionado a tiempo y se va a redactar un nuevo proyecto, más cauteloso; pero qué lástima de tiempo perdido. La prioridad ahora debe ser intervenir en el monumento con respeto y mesura pero sin dilatar los plazos.

Dejemos al santo en sus meditaciones, no le volvamos a turbar con asuntos mundanos.