Cada día nos entrega el mar el desahucio humano de otra orilla. Igual que si fuese un estibador azul de sueños y de naufragios nos descarga en nuestros muelles turísticamente fotográficos una mercancía, sin sello de aduana, de la que pesan por igual la incertidumbre y la esperanza. Cinco mil llevamos en Málaga en lo que va de año. No sabemos los nombres ni la edad de estos fugitivos sin destino. Tampoco en qué mapa del cielo o de cartón soñaron a escondidas o en familia con un dedo el índice norte hacia la leyenda de los supervivientes. Todo lo ignoramos acerca de estos polizones obligados a abandonar sus zapatos, descalzo su miedo sobre el crujido a madera de las olas, y con tan sólo un nudo en el estómago con el que cada uno se ata a la vida contra las amenazas de la travesía. Únicamente distinguimos en un destello de atención -antes de la indiferencia que nos devuelve el interés hacia lo nuestro- la resaca del desasosiego en su mirada saliendo a flote, la espuma amarillenta en los labios secos, la sed del hambre que los talla enjutos, encogidos, temblorosos y solos a pesar de rodearse de sí mismos con otros rostros.

Aquellos que no rehuimos de lo que vemos advertiremos el abrazo -el primero y casi siempre el único- de una manta cubriéndoles sus emociones a la intemperie. El gesto humanitario sobre sus hombros de los anónimos ángeles de cruz en rojo a su espalda sobre fondo blanco. De ellos desconocemos también sus apellidos, su oficio económico, las razones voluntarias por las que están allí y atienden los signos de derrota de los que desembarcan emborronados y en vilo el desenlace. Nada sucede mientras no llegan en equipo veloz y organizado, y recomienza la dignidad de la vida a la que en otra orilla le han puesto un precio clandestino. Su trabajo no es fácil. La Cruz Roja combate contra otras marejadas que amenazan naufragio. Una de las principales es la falta de convenientes infraestructuras para su eficacia. La primera en el puerto donde hasta el momento que se les desborda han de atender baja una carpa, tumbados a contrasuelo los migrantes y en precaria inspección íntima las mujeres. Madres, esposas o falsas cónyuges de acuerdo en la urgente conquista de una supervivencia que se cree mejor en pareja. Una situación insensible e inadecuada por la que lleva tiempo reclamando Luis Utrilla, el presidente de estos soldados custodios de militancia civil, un centro de primera asistencia en el puerto malagueño con la necesidad imperiosa de contar al menos con un cuarto de baño donde los migrantes puedan desprenderse de la piel el miedo que los cubre, la sal que los ha cicatrizado para siempre.

Ocurre lo mismo con la cobertura a las mujeres y a los niños que no pueden ser alojados en los Centros de Internamiento ni tienen cabida -no cesa la tormenta blanca de pateras en nuestras costas- en la red de hostales que la Cruz Roja tiene saturados. En los muelles de los negocios de altura donde Paulino Plata los expulsó de la Estación Marítima y luego ha tardado mucho en darle 400 escasos metros cuadrados solidarios, lo justo para un módulo, el Gobierno les ha concedido una subvención (aunque como es habitual es la Cruz Roja la que adelanta el dinero) con la que solucionar el primer auxilio. Pero para las madres y sus hijos la oposición del Ayuntamiento con el PSOE a la cabeza -ay esta promesa de Dani Pérez que mal hoja de ruta lleva- les ha negado cederles el Parque de bomberos vacío de Campanillas. La desesperada petición de Cruz Roja que aceptó el alcalde y que facilitaría que estas criaturas no pasen a los calabazos de las dependencias policiales. Es incomprensible la negativa a ofrecerle a Cruz Roja este Centro de Campanillas, o de al menos concederles otro inmueble lo antes posible en el que abrigar estas vidas con asistencia sanitaria, comida y una sonrisa susurrada que a los niños proteja de una dura e injusta encalladura. No se entiende que la política, miope y torpe asiduamente, tenga en ocasiones como está una absurda ceguera fría. Los ciudadanos deberíamos de ser más serios y responsables a la hora de exigir a los políticos qué valores queremos que nos representen.

Aún así, este ingeniero amante de la aeronáutica y de las revistas literarias, que se gana la vida analizando el reverso de la migración que llega por avión con Visa, y también se plantea qué modelo de turismo queremos de verdad más allá del picassiano verano golf, no pierde su creencia en el espíritu solidario de la gente ni en el compromiso social de Málaga. Admite que algunos ayudan pero prefieren que el drama no esté cerca de su puerta, ni que sus barrios se conviertan en territorios oenegés, pero confía en que cada vez más seamos conscientes de que somos fruto de los valles de Kenia y de Tanzania, de la migración ADN y su mestizaje de sociedad y piel con los otros. No está de más enseñarlo en las escuelas. Lo mismo que recordárselo a los que acallan la conciencia con una pegatina en la solapa de la chaqueta el Día de la Banderita -que nada tiene ya que ver con el NODO del franquismo-. Y de paso aclararles que a los migrantes los expulsan de su tierra las explotaciones económicas, las dictaduras delincuentes, los inexistentes límites del bienestar, la tendencia humana a progresar. Suficientes razones para cruzar océanos de arena y desiertos de agua donde reposan, sin una canción de su tierra que les cante una nana, mujeres y hombres que tuvieron nuestro mismo deseo de un presente estable con esperanzas de mañana. No saben la mayoría que cuando ponen pie en nuestra publicidad del edén la vida en Europa resulta ser un espejo roto, con vientos inflamados de xenofobia y sólo ofrezca sobrevivir en negro en la periferia social. No es extraño como me cuenta Luis Utrilla que entre los refugiados que igualmente acoge Cruz Roja haya un maestro que sólo sueña con regresar a su pizarra en Siria y educar a personas libres, capaces de luchar por un mundo donde no sea el dinero el mejor salva conducto. Y ni siquiera existan fronteras de tiza.

No sólo Memorias de África es la película favorita del presidente de este Movimiento Internacional con más de 150 años de historia a pie de cualquier trinchera del drama. Allí donde las personas son pájaros de alas quebradas. Igual que los soldados desahuciados de la guerra de Cuba que después fue la del Rif, más tarde la de la Guerra Civil y hoy las de tantas batallas con víctimas sin voz o sin esquela, prófugos sin delito en odisea hacia la supervivencia siempre en vértigo. También tiene Utrilla de cabecera en la pasión con la que desenvuelve gestualmente a mano las ideas que defiende y trabaja, el libro Amor y pedagogía de Miguel de Unamuno. De su lectura transmite su crítica a la endogamia intelectual que existe, a esta sociedad que no hace visibles a quiénes colaboran en darle dignidad a los excluidos, ni a los miembros de Cruz Roja que al día siguiente de su labor vuelven a su oficio como si nada. Los héroes son los futbolistas. Imperan el ego enmarcado en un selfie y la realidad ruidosa y sin rigor de las redes sociales. Las personas sólo piensan en lo que creen que ven en los medios de comunicación que cada día banalizan más casi todo. Poco cuentan de los más de 60 programas de Cruz Roja con mayores a los que ayuda a pagar el alquiler y la luz; con la juventud y las mujeres en precaria situación para quienes el pasado año consiguió 2.000 empleos; de su asistencia a la drogadicción y a las prostitutas. Su ayuda cuando el terremoto de Lorca, los incendios de Salamanca o el drama de Los Balcanes.

Esfuerzo, convicción, entusiasmo, independencia y un ajustado presupuesto anual avalan que Cruz Roja llegue al filo de la navaja al que nadie llega, y que sus actuaciones no sean paliativas sino estructurales. «Nuestro éxito es el fracaso de la sociedad del siglo XXI». Cuánta razón Utrilla.

No volvamos la humanidad boca bajo. Seamos todos un poco ángeles de rojo.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es