La Policía detuvo a un hombre el otro día por arrojar aceite a la calzada, en el barrio de la Victoria. Al grito de «a ver si la gente se mata». Los agentes lo detuvieron y le preguntaron el porqué de su actitud. Su respuesta, aún siendo muy española y sincera, no es exculpatoria. Fue: «Porque me sale de los huevos». No me imagino que a nadie, incluso a un descerebrado, le salga aceite por los huevos, así que supongo que además de perturbado era aficionado a las metáforas. Al aceite no. El aceite no se derrama, hombre. No se mató nadie. Afortunadamente.

Así es la vida, vas tan tranquilo volviendo de trabajar, de la filatelia, de beber champán con un amigo o de dejar el colegio en el niño y de pronto tropiezas y te rompes el alma o un brazo o te matas. Mueres. Y adiós. Se acabó. No más champán, ni más niño ni más filatelia. Tu cuerpo yacente. Un automovilista asustado que se para, alguien que telefonea al 112, curiosos, un frío juez, una tétrica ambulancia y tu cuerpo, fiambre, a la morgue. Untado de aceite. Para que lo frían mejor. Sé lo que es resbalar por pisar una mancha de aceite. Me ocurrió hace unos años, en calle Strachan, que es una calle de Málaga que ya de por sí resbala lo suyo. Espero que esta anécdota a usted no le resbale. Pisé y literalmente volé hacia atrás cayendo de culo-espalda al suelo.

La mezcla de sorpresa, dolor y temor a que la gente se riera me machacó de tal modo el ánimo, y las costillas, que aún hoy a veces me acuerdo de semejante caída, golpetazo, incidente. De semejante hostia tras la que un buen amigo (ese día no había champán) me ayudó a levantarme. Pensé mucho ese día en el azar. En la suerte, en los senderos que se bifurcan, en el típico qué hubiera pasado si en lugar de ir por aquí voy por allá. Todas esas cosas que uno barrunta cuando sufre un lance inesperado ya sea en forma de fortuna o infortunio. También pensé, claro, en la madre del que tiró el aceite.

Fue algo fortuito, me informaron días después, alguien de un restaurante, un pobre empleado que derramó sin querer. Yo tuve la mala suerte de pasar-pisar en el intervalo que iba desde que el empleado logró soltar el cargamento oleico y regresó al lugar de la mancha (de cuyo nombre no quiero acordarme) para limpiarla. Estoy vivo de milagro aunque parezco una ensalada, o una tostada, pensé.

Pensé en lamerme. Aunque eso fue después, repuesto del susto, que cuando caí no estaba para ingeniosidades. Nadie está aceite de una caída. O sea, nadie está a salvo de una caída, quiero decir. Pero a alguna gente les resbala.