Fabular es una capacidad innata del ser humano para hacerse menos aburrida su estancia en la Tierra. Antes no había televisión y la palabra escrita no fue vehículo de comunicación y cultura hasta miles de años después de que el hombre hiciera su espectacular aparición en la vida para cargársela. Hoy, y no es fábula, el cambio climático es una realidad tan dañina que los negacionistas la rechazan con más ahínco precisamente porque los países industrializados han de seguir creciendo a lomos de las futuras tumbas de nuestros nietos. También fabulan nuestro presidente, Pedro Sánchez, y su consejero áulico, Pablo Iglesias, con unos presupuestos que optan de nuevo a la expansión y al gasto cuando, por lo visto, se está gestando otra tormenta económica en el horizonte. Ahora que habría que apretar de nuevo el puño, llamamos de nuevo a las puertas del infierno, a ver si en lo que viene nos quemamos menos. Fabula Susana Díaz si cree que no va a tener que pactar con nadie en las elecciones, al igual que lo hace Ciudadanos si considera que igual ellos están en disposición de gobernar solos en Andalucía: serán fuerza clave o llave, pero al fin y al cabo bisagra. Fabula el PP si considera que Casado puede darle la vuelta a la tortilla electoral andaluza, donde la imagen del señorito está tan a flor de piel y de mente de los andaluces de hoy, que son descendientes de los aparceros y los pescadores de ayer, y fabula el alcalde si cree que el escándalo vergonzoso de Urbanismo no va a pasarle factura pese a sus muchos y grandes éxitos de gestión, que todo hay que decirlo. Fabular nos sirve para escapar de la realidad, para evadirnos. Leer o ver ficción siguen siendo nuestro pasatiempo favorito: antes, las historias eran orales y ahora las consumimos en Netflix o en ebooks, en tablets y ordenadores, aunque algunos sigamos prefiriendo el olor del papel a cualquier otro avance tecnológico. Seguimos, por tanto, fabulando, como los nacionalistas catalanes que creen que su discurso no es xenófobo o como esa izquierda que de tanto tachar al PP y a Ciudadanos como partidos de «extrema derecha» ahora asiste perpleja al renacimiento de lo que siempre fue el autoritarismo conservador y reaccionarios que fue franquismo durante cuarenta años y que antes se refugió en la CEDA o en la Falange. Fabula Vox si cree que su mensaje insidioso tiene algún encaje en la España actual, pero para eso hace falta que el PP y Ciudadanos dejen de fabular y entiendan que ese partido no es compañero de viaje más que para estrellarse en la próxima curva y Podemos y el PSOE deben empezar a llamar extrema derecha a lo que es extrema derecha, porque lo que no se nombra no existe. Fabula la izquierda si cree que a los ciudadanos de a pie no les importa su patria y lo hace la derecha si considera que las llamadas exaltadas a la defensa de la unidad del país son más oportunas o eficaces que las proclamas moderadas de una sociedad que no merece a tantos fabuladores.