Hay personas a las que escandaliza una subida del salario mínimo a todas luces insuficiente, pero a las que no provoca inquietud alguna la pobreza. La situación resulta muy difícil de entender porque implica aceptar que el mundo está lleno de malas personas. La gritería que ha suscitado en algunos sectores el acuerdo entre el PSOE y Podemos ocasiona más perplejidad y miedo que indignación. España, dicen, se hunde por una subida de 100 euros (cien). Aumentarán, profetizan, el paro, la precariedad y los bajos salarios, como si el paro, la precariedad y los bajos salarios pudieran crecer más todavía. Habrá fuga de capitales también y la ira de Dios caerá, en fin, sobre nosotros para aniquilarnos.

Ahora bien, que un tercio de la población haya sido expulsado a la pobreza les parece normal a estos sectores. Les parece normal también que el 10% de los que más tienen acumule la riqueza del 80% de los que menos tienen. Esas cifras nos les hacen desgarrarse las vestiduras. Por el contrario, para esos compatriotas nuestros lo conveniente es que la clase media siga cayendo en la pobreza y que los pobres continúen despeñándose hacia la indigencia. Es, de hecho, lo que viene ocurriendo desde 2008, pues los que ya eran ricos han duplicado su capital mientras las diferencias entre unos y otros crecía geométricamente. ¿Por qué toda esta buena gente no gimoteaba entonces? Porque el salario mínimo era el que era, la ayuda a la dependencia era la que era, y nuestra economía se latinoamericanizaba a un ritmo regular.

¡Qué escándalo, por tanto, lo de esos cien euros de aumento a un salario mínimo maltrecho! Hasta el FMI ha tenido que meter las narices en el asunto, que es de una gravedad inaudita. Un tipo muy furioso decía a gritos en la tele que no se podía poner límites a los precios del alquiler de las casas porque eso sería caer en el comunismo. Jamás le habíamos visto manifestarse airadamente por el hecho de que el acceso a la vivienda se hubiera convertido ya en una tarea imposible. El papel firmado por Sánchez e Iglesias, que quizá no se lleve a cabo, nos ha colocado frente a un espejo en el que da pánico mirarse. No imaginábamos que era posible tal grado de insolidaridad. Ni de maldad.