Todo es muy raro. Cuando empezaron a circular los vídeos de la torrentada en Sant Llorenç, ya había gente en Twitter que sabía quién era el culpable de lo que estaba pasando y por qué había ocurrido. Y al día siguiente, cuando se empezó a saber el número estremecedor de víctimas, había más gente aún buscando culpables e intentando echarle la culpa a alguien de lo que había pasado. Y peor aún fue cuando se supo que Rafa Nadal -igual que cientos de voluntarios anónimos- había ido a ayudar a limpiar el pueblo con su escoba y sus botas de agua. Al instante, cientos de personas que no habían movido el culo, bien repantigadas en el sofá de Ikea, ya estaban llamándolo oportunista y exhibicionista porque había ido a Sant Llorenç con una cámara preparada sólo para darse pisto. Toni Nadal tuvo que salir al paso diciendo que su sobrino no había ido con cámaras de ningún tipo porque la filmación era de un vecino del pueblo. Dio igual. Ahora era Toni Nadal quien mentía porque todo era montaje y postureo. Puro engaño: un publirreportaje a costa de los vecinos de Sant Llorenç que lo habían perdido todo.

Es asombroso. En vez de pensar en los doce muertos -sobre todo en la madre y su hijo atrapados en el coche-, y en vez de pensar en los vecinos de Sant Llorenç que lo habían perdido todo -la casa, el coche, los muebles, los recuerdos, los ahorros de toda una vida-, mucha gente se dedicaba a soltar su mala leche atribuyendo la tragedia al Govern o a los independentistas o al PP o al gobierno de España o a los que no creían en el cambio climático. Y además, lo hacían con insultos, con bromas de mal gusto y con acusaciones feroces, tanto entre los que podríamos llamar ´españolistas´ como entre los que podríamos llamar ´indepes´. Fue, repito, asombroso. Como si el agua furiosa del torrente hubiera elegido las casas que tenían colgada una bandera española y en cambio hubiera respetado a las que tenían la ´estelada´ (o al revés). O como si la furia destructora del agua escogiera a sus víctimas en función de su ideología o de sus preferencias políticas. Y como si entre los cientos de voluntarios anónimos no hubiera gente que pensaba de una forma y gente que pensaba de otra, aunque en aquel momento estuvieran limpiando barro en medio de una calle que parecía una devastada zona de guerra porque en realidad lo era.

Estoy seguro de que muchos independentistas, si han tenido que trabajar codo con codo con la guardia civil o los soldados de la UME, habrán descubierto que no son la caricatura que la propaganda política les ha hecho creer que son, sino gente muy parecida a ellos que escucha la misma música y cuenta los mismos chistes y dice las mismas cosas. Y al revés, también estoy seguro de que muchos militares y guardias civiles habrán descubierto que los nacionalistas y los ´indepes´ -porque alguno habría trabajando entre los voluntarios- tampoco eran la caricatura grotesca que se difunde de ellos, sino gente muy normal que dice las mismas cosas y escucha la misma música, y a la que también le salen ampollas en las manos y se ensucia de barro igual que todo el mundo.

Y en este sentido, me gustaría recordar al ciclista alemán Daniel Thielk, el hombre que cogió a la hija de Joana Lliteras y la salvó de morir y la protegió durante dos horas, calmándola -aunque él sólo hablaba alemán- y animándola y tranquilizándola en medio de aquella pesadilla que nadie sabía cómo iba a terminar. Thielk dijo -lo recogía este periódico- que él mismo no estaba seguro de que fuera a salir vivo de allí, pero hizo todo lo que pudo para calmar a la niña y para conseguir que se sintiera segura y protegida. Y eso mismo hicieron los guardias civiles que salvaron a una familia y todas las personas que se jugaron el tipo al intentar salvar a alguien. No sé cuántos tuiteros airados que buscaban culpables hubieran sido capaces, de haber estado en Sant Llorenç en el momento de la riada, de meterse en el agua a salvar a alguien. Sospecho que pocos lo habrían hecho, porque una cosa es acusar y culpar y buscar responsables cuando estás bien calentito en tu casa, y otra cosa muy distinta es jugarte el trasero metiéndote en el agua sin saber si vas a salir vivo de ahí. Pero en fin, lo dejaremos aquí. Pensemos en ese ciclista alemán, pensemos en esos guardias civiles, pensemos en los cientos de voluntarios que se volcaron en ayudar, pensemos en Rafa Nadal, pensemos en los periodistas que estuvieron varias noches sin dormir para informar de lo que ocurría, y olvidémonos de todos los tuiteros furibundos que mientras tanto arreglaban el mundo sin arriesgar ni una uña del pie, pobrecitos.