'Qué bonita es la juventud', por Venancio Rodríguez Sanz

Son las 6:51 de la mañana. El cielo está estrellado, hará buen día, pues. ¡Chof! He pisado un vómito. Me dirijo a Macanaz, (Zaragoza). Limpio mis botas en el bordillo. En la acera del Coso Bajo, han crecido como margaritas de múltiples colores: bolsas de patatas a medio comer rociados con salsa de tomate, botellas de refrescos, pajitas, papeles, etcétera. En los portales medran hermosos montes de basura. La esperanzadora juventud, trepa cual Sísifo a la cima de la conspicua bazofia, clavando sus glúteos entre la mugre para comer (allí se sienten bien). Los nenes abonan la tierra con sus simpáticos desperdicios y se ríen a mandíbula batiente ¡jajaja! La fragancia del alcohol y orín se mezcla en un cóctel evocador y embriagador ¡ay! Cerca de la ofrenda de flores, en los soportales de la plaza del Pilar, la luna lunera se peina los cabellos en unos enigmáticos charcos, ¿qué será? No ha llovido. Una botella, una humilde botella de cristal, con un líquido que no sé lo que será; un gracioso lo ha depositado en medio de la plaza del Pilar. Al llegar a Macanaz, observo que un chico coge un patinete de la acera y lo aparca en medio de un paso cebra ¡ay, qué detalles!