Responder a esta pregunta no es tarea fácil. Pocos, poquísimos --casi nadie en realidad-- sabemos qué queremos ser. A usted que me lee, generoso lector, le propongo que haga un ejercicio de introspección y se autoformule la preguntita de marras, y que se la formule a sus próximos. Comprobará que las respuestas, incluida la suya, serán muy similares y que, en el fondo, ninguna respuesta significará nada concreto, sino que expresarán situaciones, conceptos, estados de ánimo...

Como premisa le avanzo que la mayoría de las respuestas que obtendrá no contestarán a su pegunta. La mayoría de las respuestas, si no todas, sin reparar conscientemente en ello, no responderán al verbo ser, sino al verbo tener. Observará cómo las respuestas confundirán el ser rico con el tener riqueza, que, obviamente no es lo mismo. O ser libre con no tener ataduras, por ejemplo. Los más avezados, irán al grano, sin rodeos en su respuesta, y apuntarán alto: "yo solo quiero ser feliz", dirán. Pero, ¿qué es ser feliz?

Indefectiblemente, la respuesta a la aparentemente fácil cuestión "qué quiero ser" consistirá en una recua de ítems más o menos extensa y más o menos clara, mediante la que explicitarán lo que cada uno sabe que no quiere ser, que, obviamente, no responderá a la pregunta formulada. Ad litteram, saber lo que no queremos ser es una cosa y saber lo que queremos ser es otra muy distinta. Llegados a este punto y advertidos del yerro en la respuesta, la basca entrará en un estado de éxtasis bobalicón y tomarán consciencia de que lo único que saben, cuando lo saben, es lo que no quieren ser, y que lo que quieren ser lo presumen de una manera tan abstrusamente abstracta que son incapaces de expresarlo. Pruebe, pruebe, amigo lector, pero no haga trampa y empiece por usted mismo...

En realidad, lo que todos queremos es ser felices, es decir, satisfacer nuestras necesidades y ser amados, pero el depravado sistema social nunca nos instruyó en lo de tomar consciencia de esta realidad. Pero, en fin, esto de satisfacer nuestras necesidades y ser amados es harina de otro costal que no viene al caso hoy.

Hoy, en realidad, lo que pretendía cuando he escrito el título de este artículo era referirme a los destinos turísticos en general y, especialmente, a los destinos andaluces y malagueños, y al macrodestino Costa del Sol como precursor del turismo de masas. Veamos:

Cada destino turístico es una entidad compleja que al ser pensada y regida por el homo turisticus goza y sufre de todas las fortalezas y debilidades de éste. De ahí que todos nuestros destinos turísticos maduros nacieran impulsados por el verbo tener y no por el verbo ser. Y, por consiguiente, terminó ocurriendo lo inevitable: coleccionando días, los destinos tuvieron años y lustros y décadas durante las que fueron conformando identidades superpuestas cuyos atributos facilitan unas cosas, pero imposibilitan otras. Me refiero a que a los destinos maduros, cuya aspiración mantenida fue tener, con los años, inevitablemente, terminaron siendo valetudinarios.

Lamentablemente, nuestros destinos ya no pueden preguntarse "qué quiero ser", sin más. Si desde sus inicios cada uno hubiera optado con cumplir con lo que quería ser, es seguro que todos seguirían en condiciones óptimas para reformularse esta pegunta, tal cual, pero la cruda realidad es que haber elegido la "senda del tener" los condiciona y los limita. La pregunta de nuestros destinos a estas alturas de su existencia es ¿qué puedo ser? Y, francamente, eso debiera acollonarnos, porque esta pregunta, condicionada, podría volver a empujarnos a arriesgadas cabriolas e indeseables huídas hacia adelante. Vade retro...

Los nuevos actores de la oferta, de los que algunos venimos advirtiendo desde hace diez años, que han venido para quedarse y para rediseñar el escenario turístico, per se, debieran ser razón suficiente para que los implicados en el desarrollo turístico nos olvidáramos de las cacofónicas monsergas promocionales --demasiadas veces más llamadas a promocionar a los propios promocionadores institucionales que a los destinos--, y concitáramos consciencias dispuestas a redefinir qué puede ser cada destino, partiendo de las circunstancias que lo encorsetan, y, a partir de ahí, reiniciar nuestros automatismos inerciales y empezar de nuevo.

Ahora que está de moda el invento de la mal denominada inteligencia turística, conviene recordar que quienes no tenemos toda la inteligencia de nuestra edad, tenemos toda su desgracia.

¿O no ?