Está siendo ésta una semana guiada por lecturas de las que dejan huellas. Decía el maestro Cortázar que en la vida lo inusual se encuentra muy raras veces y es generalmente en las creaciones literarias. Aunque estamos en tiempos de siniestras gotas frías y lo inusual con demasiada frecuencia deja de serlo. Y esto es exactamente lo que hace necesaria y posible la literatura, según Cortázar. Quizás por eso avanzo con la avidez y la concentración del entomólogo -lo que también fue Vladimir Nabokov- en la lectura de la última novela de Antonio Soler, «Sur». Describe el muy premiado Javier García Recio en el Suplemento Cultural de la Opinión de Málaga el libro del gran Soler, nuestro malagueño universal, como «un fresco mundano y portentoso de una urbe». Como le ocurrió a Dublín con Joyce.

No tengo más remedio que escribir también esta semana de los heroicos periodistas de investigación€ La pasada fueron los del Washington Post. Los clásicos, como Woodward y Bernstein. Desde el otro lado del Atlántico me ha llegado este último martes un valiente y muy blindado artículo, esta vez del New York Times. «Jamal Khashoggi: Suspects Had Ties to Saudi Crown Prince». En el que cuatro primeros espadas de la redacción del legendario diario neoyorquino han expuesto sus opiniones sobre las posibles vinculaciones entre los sospechosos del caso Jamal Khashoggi y el polémico heredero de la corona saudí, celosamente protegido hasta ahora por la Casa Blanca, el príncipe Mohammed bin Salman bin Abdulaziz Al Saud. No se lo pierdan. Es un reconfortante ejemplo del mejor periodismo de investigación. Al que tantos sátrapas aborrecen. Merece el texto gozar de mayúsculas dignas de un códice miniado. No sería justo el no mencionar a sus autores: David Kirkpatrick, Malachy Browne, Ben Hubbard y David Botti. Como suelen decir los norteamericanos más tradicionales€ ¡Que Dios los bendiga! Ya que no debe haber sido fácil para ellos el haber publicado este bien trabajado y valiente artículo. Mientras por estribor el presidente Donald Trump nos tuitea la posibilidad de que los supuestos asesinos del periodista Jamal Khashoggi podrían ser unos «rogue killers». Asesinos incontrolados, en traducción libre.

Descubrí no hace mucho las estupendas columnas que publicaba en el Washington Post el aparentemente malogrado periodista saudí. Por cierto, s columna póstuma ha sido publicada el jueves en el Post. Defendía una prensa libre para los países árabes. Me pregunté entonces si Jamal sería familia del que fuera un famoso magnate internacional y vendedor de armas. Adnan Khashoggi, asiduo visitante de Marbella, donde durante años tuvo una suntuosa residencia en la carretera de Ronda, en el lugar conocido como La Zagaleta. Para el que tuvimos la oportunidad de organizar en el verano de 1991 en el Beach-club del Hotel Don Carlos de Marbella -el antiguo Marbella Hilton- una de las mejores fiestas de la historia de Europa. Fiesta que fue el principesco regalo de cumpleaños de Adnan Khashoggi para su buen amigo, el universalmente admirado Jaime de Mora y Aragón. La verdad es que se lo merecía don Jaime, alguien que quiso tanto a Marbella que aquella hermosa y desinteresada pasión le costó muchas veces el dinero.

Por cierto, al final averigüé que aquel lúcido y ejemplar colaborador del Washington Post, Jamal Khashoggi, era sobrino del magnate del mismo nombre. El que se había hecho muy amigo de don Jaime. A todos ellos les encantaba mi pueblo, Marbella. Igual le ocurría al entonces príncipe Salman, el actual Rey de Arabia Saudí. ¿Estuvo en Marbella el príncipe heredero? Supongo que sí. En más de una ocasión. De lo que sí puedo dar fe es que no estuvo en esa fiesta de cumpleaños en honor de un noble español, la que se celebró en un jardín mágico junto a la playa del Don Carlos. En aquella fiesta que hizo famosa a Marbella y el mes de julio de 1991, que tuvo como divisa el oro y el negro, en decoración y vestimentas, no había aquella noche ningún niño de 6 años.

Ya jubilado, tengo la suerte de vivir en Marbella, en la avenida que lleva el nombre de Jaime de Mora. Avenida que suele canalizar las brisas marinas que suavizan el estío malagueño. Siempre es un grato placer el ver allí la estatua de mi buen amigo don Jaime. Seguro que el día menos pensado desde el bronce me saluda. Por lo menos, así podría ser en los mundos imprescindibles creados por Julio Cortázar o Antonio Soler.