España es un país conservador por la fácil razón de que todo el mundo tiene un piso o una hipoteca que conservar; pero aun así no paran de salirle partidos rompedores a babor y a estribor. Uno de ellos, al alza en las encuestas, exige nada menos que la supresión de las autonomías, lo que exigiría borrar un título entero de la Constitución.

Si Unidos Podemos le robó una parte de la cartera a los socialdemócratas, ahora es Vox -partido con nombre antiguo de tocadiscos- el que porfía en arrebatarle cuota de mercado electoral al PP y a Ciudadanos. Y para ello no ahorra en propuestas radicales.

El radicalismo siempre ha gustado mucho por aquí, a condición de que no le toquen a uno sus propiedades. Lo resumía muy bien aquel terrateniente andaluz que, a la llegada de un grupo de anarquistas a su cortijo -allá en tiempos de la guerra-, se declaró identificado con las ideas de sus visitantes. Estos, lógicamente sorprendidos, le explicaron que su propósito era repartir las tierras entre el pueblo. No puedo estar más de acuerdo, vino a decirles el dueño del cortijo. «Entre lo que ya tengo y lo que me va a tocar en el reparto, voy a vivir espléndidamente».

Es de presumir que muchos de los seguidores de los nuevos partidos insurgentes asumen que les va a caer algo en el prorrateo, si bien nadie les va a expropiar sus pisos, sus fincas o, si fuera el caso, sus autonomías. Para eso están las del vecino.

Vox, la última aparición estelar de la nueva vieja política promete medidas abiertamente iconoclastas como, un suponer, la demolición del Estado de las Autonomías. Nada nuevo, en realidad. Ya los retrógrados que hace cuarenta años se agrupaban en el entonces denominado «bunker» aludían a los recién creados reinos autónomos con el despectivo retruécano de «autonosuyas».

Cuatro décadas después, la nueva -es un decir- ultraderecha asegura que estos reinos, a su juicio de taifas, lastran la economía del país con su alto coste y son, por tanto, la causa mayor de la ruina en la que creen ver a la 13ª potencia del mundo.

Tan curioso ideario no impide que muchos de sus dirigentes admiren y hasta pongan por ejemplo a países decididamente federales como Estados Unidos y/o Alemania. Los trece Estados y las tres ciudades-Estado que conforman la República Federal al mando de Europa generan, como es natural, los mismos o mayores gastos que el módico sistema español de autonomías; pero que más da. Son alemanes.

Se conoce que los nuevos y un tanto raros patriotas desconfían de la capacidad productiva de los españoles. Razón que explicaría, al parecer, su deseo de abolir las autonomías para que España se convierta en un Estado unitario como Dios manda.

Nadie parece haberles explicado que los reinos autónomos invierten el grueso de su gasto -más de un 50 por ciento- en atender a la Sanidad y a la Educación que, lógicamente, el Estado central deberá asumir si los suprime. Si el país diera marcha atrás en el túnel del tiempo y volviese de golpe -y porrazo- al Estado centralista, nada cuesta imaginar que el gasto en esos gravosos servicios al contribuyente sería más o menos el mismo. Y ninguna razón hay para pensar que las prestaciones fuesen mejores.

Peor será el día en que caigan en la cuenta de que los Estados europeos no dejan de ser comunidades autónomas que han delegado gran parte de su soberanía en la UE. Sus colegas ideológicos de Francia e Italia ya se han percatado y parecen dispuestos a dinamitar la Unión. Así que mejor será no darles ideas a los neopatriotas.