Nuestro héroe aspira a entrar en un Parlamento. Él. Víspera de elecciones. Atildado pero informal. Pequeño municipio. Ni un mal gesto. Besa. Saluda. Cede el paso. Bebe menos. Olvida afrentas. Visita mercadillos. En uno compra melocotones maduros. Los elogia y besa a la frutera. Besa al frutero incluso, que es mostachón, rijoso hipertricósico y propietario de un ático en Úbeda.

Nuestro héroe llega a casa, se enjabona la cara, maldice la campaña y tira con delectación e inclusive con gozo espiritual los melocotones a la basura. Los melocotones, al caer a la basura, no a la de nuestro aspirante a escaño, sino a todas las basuras, hacen un ruido como de fin de época. Un plof tras el que bien podría venir la nada o el todo en forma de diluvio universal. Nuestro héroe de pequeño municipio quiere escañarse. Abarata un poco su indumentaria. Desayuna en la calle para que lo vean. En concreto, para que lo vean desayunar en la calle.

Cada día en un sitio diferente. Se interesa por la que, cree, ininteresante vida de los camareros. Café corto. Otro café. La tostadita como la de ayer, Paco. Paco no lo va a votar nunca, nuestro héroe lo sabe. No importa. Vísperas de elecciones. Hay que dar jabón al líder, por si se pasa a dar un mitin en el municipio. Extraordinario rearme de audacia para enviar un whatsapp. La respuesta no llega.

Paso firmes da nuestro aspirante a hombre público, virtudes privadas, que aspira a ser señoría. A vivir incluso de esto. La cosa está difícil, le dicen. Él lo sabe, lo disimula. Los me gusta de su Facebook son oro molido. Molido está él cada tarde noche. Escarolas para cenar. No duerme, sueña. Se imagina debatiendo con el gran caimán, ese oponente feroz y temido, grandón y elocuente, altivo y presuntuoso, atractivo e implacable. Imagina y sueña titulares que lo tienen a él como protagonista. Sus sábanas son sudarios. Le ha subido el sueldo a la chica que viene a limpiar la casa. Ya no la llama la chica. La chica tiene nombre. Y derechos. Conviene asegurarla. Estamos en campaña. Nuestro héroe es héroe sin capa que pugna por ingresar en una cofradía, ser socio del casino, arribar a miembro de la dirección local de su partido, publicar una tribuna de mucha enjundia en el digital local. Ojalá le adjudicasen el pregón de las fiestas. Ronquera. Miel para la garganta. No hay descanso. Todo o nada. Escaño o paro. Acepta un debate en una televisión local pero comete el error de no miccionar justo antes de entrar al plató. Cree firmemente, y flácidamente, que tener champán en la nevera es de catetos. Él lo tiene en el congelador.