Quienes hayan disfrutado la serie Friends seguramente recordarán que nadie sabía explicar en qué trabajaba Chandler. Los funcionarios de Justicia, sin duda alguna, somos el Chandler de las administraciones públicas: el cuerpo de servidores más invisible de todo el engranaje funcionarial del país. Invisibles en una vertiente horizontal o social, por cuanto que resulta poco frecuente que un ciudadano medio sepa no ya de nuestra aportación a la cadena de montaje de ese valor superior del ordenamiento jurídico que es la Justicia, sino de nuestra mera existencia. En la calle, cualquiera conoce que el engranaje de la Sanidad integra a médicos, enfermeros, auxiliares y celadores. Sin embargo, casi todo el mundo piensa que la Justicia es sólo cosa de jueces y, en algunos casos, de los letrados de la Administración de Justicia, antiguos secretarios judiciales. Nadie se ocupa de nuestra transparente existencia. En ningún monográfico periodístico de Nochebuena, esos en los que se hace mención y agradecimiento a los policías, sanitarios y demás funcionarios que prestan su servicio durante dicho festejo nocturno, verán una referencia a los compañeros del Juzgado de Guardia. Pero sepan, además, y sigo por donde iba, que esa invisibilidad también se padece verticalmente. Y ello porque la mayoría de las veces nuestra impronta al buen fin del proceso pasa desapercibida y sin reconocimiento alguno entre nuestros propios superiores quienes, además de exigirnos el escrupuloso cumplimiento de nuestras funciones, como es lógico, también nos suelen adjudicar, o endiñar, la ejecución de todas aquellas competencias objeto de delegación, expresa o tácita, legal o alegal, que a ellos mismos les corresponden, muchas de las cuales gozan de retribución económica con cargo a su nómina, no a la nuestra. Pero la cosa no acaba aquí. También somos invisibles, mucho más, para los responsables políticos de la Administración de Justicia. Sepan, verbigracia, que, en su día, no tuvimos representación en la comisión referente al programa de gestión ´Adriano´, nuestra herramienta diaria de trabajo y de la cual somos los principales usuarios. Ni tampoco participamos en la comisión de implantación de ´Lexnet´, la aplicación a través de la cual gestionamos, entre otras cosas, la mayoría de los actos de comunicación. Pero es que ni tan siquiera en lo institucional se guardan las formas. En Málaga, por ejemplo, es más que habitual que en los eventuales encuentros de las autoridades políticas de la Junta de Andalucía con las fuerzas vivas de Justicia se convoque a jueces, fiscales y letrados mientras que, de manera flagrante, se obvia la presencia del presidente de la Junta de Personal, el cual representa legítimamente y con base electoral, no a dedo, al noventa por ciento de los trabajadores de Justicia. Gestores, tramitadores y auxilios judiciales nos alzamos, en la práctica, como la primera línea de batalla del principio de inmediación, esto es, la garantía que supone el contacto directo de los sujetos procesales con el órgano judicial. La gente de la calle, al juez, verlo, lo que es verlo, lo ve bien poco. Por otro lado, si hay impulso procesal, si la celeridad es posible en mitad de este acumule que la falta de medios materiales y personales provoca en la ejecución de nuestro trabajo, ello es debido no sólo al trabajo de los jueces y letrados sino también a la responsabilidad de esas plantillas invisibles de funcionarios que se vuelcan en aminorar el atraso y la pendencia de las oficinas judiciales. Unas oficinas que, en multitud de casos, sobreviven sin garantía alguna en cuanto a medidas de prevención de riesgos laborales, seguridad e higiene, rozando y traspasando en otros tantos las líneas de lo insalubre que generan la falta de ventilación y la presencia de insectos e incluso ratas en sedes judiciales, sin ir más lejos, de la provincia de Málaga. Torremolinos, para más señas. O expedientes tendidos a secar por derramas de aguas fecales, léase Marbella. Toda una serie de catastróficas desdichas que políticamente se parchean o capean mientras que las plantillas de funcionarios al servicio de la Justicia, enarbolando la personal responsabilidad del puesto que gestionan, se personan muchas tardes en sede con tal de sacar a flote el trabajo pendiente o, al menos, parte del mismo. Tardes que no se remuneran, por supuesto, pero que también están ahí, a fondo perdido. Sin reconocimiento. Invisibles. Como nosotros.