Con la de veces que se inunda Málaga, debería no inundarse más veces. Volverá a llover con fuerza. El próximo otoño-invierno, seguramente. O el de 2020. Volverá la lluvia, como vuelven los sábados, como vuelve la Navidad, como vuelve el cumpleaños de uno o las rebajas de los almacenes grandes. Volverán y nos pillarán de nuevo en pelotas. Es decir, sin infraestructuras adecuadas. El mejor plan contra la sequía que tienen nuestras administraciones es rogar para que llueva. Cuando llueve, el agua se desperdicia porque somos incapaces de planificar infraestructuras (pantanos, gracias) para guardarla para cuando no llueva. Pero llueve y la torrentera, tromba, chuzos pilla casas en cauces, casas poco preparadas, arroyos no limpiados, zonas desforestadas. Por ejemplo. No es culpa de nadie, sí de la naturaleza imprevisible y feroz o también es culpa de la falta de previsión. De nadie es la culpa pero casi nadie hace bien su trabajo de prevención.

Murió un bombero. Hay que usar la palabra héroe sin pudor. Iba a ayudar a los demás y encontró la muerte. El dolor es grande y la consternación impresionante. Hubo muchos políticos en la zona. Esta vez no lanzaron demasiados mensajes disonantes, electoralistas o soplapollescos. No estorbaron mucho y a cambio los medios los hemos premiado con algunas fotos más generosas que otras veces en las que sí se les notaba el oportunismo y las ansias de notoriedad. Hubo coordinación, lo cual es noticia.

Hubo también unos fuegos artificiales que a más de uno nos produjeron un brinco en el corazón. Tarde. A la hora en la que ya está uno apijamado, con libro de Mendoza e infusión y en el prólogo de la caraja o sueño. Fuegos que parecían primeramente truenos. Temiendo lo peor salí al balcón. Era un crucero que marchaba. Alguno de los cruceristas habrían estado visitando la ciudad, Málaga, tan felices y ajenos a todo, boquerones en la alforja, Catedral y Alcazaba. Ajenos incluso a que a cincuenta kilómetros estaba cayendo la mundial, la del pulpo, una manta de agua mortal y aviesa, fantasmagórica, impía y altiva que barrió coches, derribó árboles, dañó murallas, hirió a viandantes, destrozó cosechas, anegó casas, cortó carreteras, enfangó almas, desmochó haciendas y produjo accidentes, sustos, alarmas, aislamientos y pánico. El año del diluvio. No estaba el panorama como para tirar cohetes.

Ayer, bomberos, policías, agricultores, servicios sanitarios, voluntarios, etc. trabajaban por la normalidad en Teba, Campillos y otras zonas afectadas. A veces no hay mayor felicidad que buscar la rutina. Pedro Sánchez ha anunciado que se aprobarán ayudas en el próximo Consejo de Ministros. Habrá que estar vigilantes. Al menos no ha prometido crear una comisión, que es lo que se hace para no hacer nada.