Pablo Iglesias se ha ido de romería para visitar al santón golpista, Oriol Junqueras, quien ha convertido su celda de la prisión de Lledoners en centro de peregrinación del separatismo, esa secta lisérgica de adeptos bobalicones y violentos que repiten hasta la saciedad el dogma España nos roba. Qué lejos quedan aquellas cenas de cava y rosas en casa del multimillonario Roures, mecenas del movimiento. Por lo visto ya ha ido tanta gente a rendir pleitesía al mártir Junqueras que la cárcel catalana parece un Primark en día de inauguración. Es verlos a todos juntitos con los símbolos amarillos e imaginármelos como una concentración de Minions tarados y de baba incontinente.

Para quien no lo sepa, los centros penitenciarios, por definición, huelen a desinfectante y aire viciado, enrarecido, así que la sala de vis a vis fue primorosamente dispuesta para la ocasión dándole un aspecto más amable, menos chironero. Su centro de flores, su ambientador con aroma a rompeolas badalonés, su hilo musical con L´Estaca de Luis Llach en bucle, y la bandera estelada que llevó Joan Tardá para darle un toque hogareño a la reunión. Como en casa de uno.

Supongo que Iglesias llegó escoltado por los mismos policías a los que otrora llamó «matones al servicio de los ricos», y aprovechó el duro peregrinar en coche particular para buscar en Google una frase famosa y gafapasta que soltar ad hoc en la posterior rueda de prensa. A ver, citas celebres sobre la libertad, las relaciones humanas, el amor al prójimo. Machado, sí, Machado nunca me falla. Machado es el Paulo Coelho de los políticos. Dicho y hecho. Marea de micrófonos, expectación máxima, silencio absoluto, y resuena la voz del chavista: Creo que fue Machado quien dijo que si las personas se conocieran más se odiarían menos.

Creo que fue Machado, nos dice con total demagogia el político bolivariano escupiendo sobre la excelsa obra del poeta sevillano para, a continuación, cantar las alabanzas del santón separatista y poner la pelota de los presupuestos en el tejado del gobierno. Presopuestos, como los definió con acierto Roberto Ruiz. Y así, tras un plis plas de cuatro horas, se difundió el mensaje del líder, se consumó la ignominia. Lástima que el Tribunal Supremo la haya liado parda con el tema bancario y el momentazo de Iglesias a lo sacerdotisa sumisa se haya difuminado mediáticamente.

Iglesias ha entrado en trance místico, no se ha visto en otra. Quién le iba a decir que del botellón con tetrabrik de vino barato y la manifa a cara tapada pasaría a ser el ungido para portar el mensaje mesiánico, para ser el tonto útil de la traición. De hecho se rumorea que Irene Montero aprovecha su retiro en el casoplón de Galapagar zurciendo tejidos, enhebrando cuentas y pegando abalorios para fabricar en cadena regalos y recuerdos del santón golpista. Velas, pisapapeles, manteles de ganchillo para la tele, calendarios, imanes, y muñequitos de esos para el salpicadero del coche, de los que mueven con un muelle la cabeza articulada como Elvis en cada frenazo o badén. Éste dicen que tiene mucha salida, producto estrella, negocio seguro. Con un ojo observa los semáforos y con otro te vigila el nivel de combustible.

Y con esas vuelve Pablo al redil, despojándose de los hábitos amarillos y poniéndose el disfraz de vicepresidente, para exigirle a Pedro Sánchez que haga lo que toca. Un movimiento voluntarioso, pero no un movimiento cualquiera, sino uno que dé en todo el gusto al separatismo más recalcitrante, porque el movimiento, como dijo el sabio, se demuestra andando. Cuánto daño hacen los falsos mesías, los discursos con consejos de todo a cien, las sectas que sacrifican a sus peones hipnotizados, las ideologías de contenido vacuo, los aquelarres de nuevo rico y los que parafrasean a grandes autores tergiversando la pureza y el sentido de su legado. Iglesias ha conseguido aunar en una sola tarde todas esas virtudes.

Pablo, Machado se equivocaba. Te conozco bien porque eres un fantasma atávico, lo más rancio y vengativo de los populismos antiguos, la reedición de un sermón fracasado en la Historia europea y latinoamericana, una trampa económica y social que aumenta la pobreza de los demás, la bilis del comunismo servil y acomplejado, un caduco bobalicón que no sirve ni para echarle azúcar a los bollos, en definitiva, un estalinista de escaparate con la sonrisa en una mano y el cóctel molotov en la otra.

Machado no era infalible. Pablo, te conozco bien, y cada vez te odio más. A ti, y a todo lo que representas.

Que Junqueras me pille confesado.