Cuando la desesperación atenaza es fácil implorar al cielo y hasta al infierno mismo. Es lo que sucede en el Madrid y, en otras circunstancias, lo que les ocurriría a los barcelonistas si la inminente ausencia de Messi descubre sus carencias como a los merengues la de Cristiano. Contra el Sevilla se vio. Los de Machín quizá habrían ganado el partido si el mejor del mundo no hubiera jugado los primeros dieciséis minutos. Porque de juego anduvieron tan sobrados como Ter Stegen en varias paradas antológicas. Por momentos, le dieron un baño al Barça en el mismísimo Camp Nou.

Lopetegui tiene poca culpa de la sequía goleadora de los merengues; hay que mirar más arriba. Y sustituirlo tampoco sería mano de santo. Con él o sin él las penurias acabarán cuando lleguen los goles; racha buena que podría amanecer en cualquier jornada. De los encuentros perdidos podrían haber ganado varios con el mismo juego; palos, porteros en su día prodigioso y fallos increíbles que afloran lo peor de un futbolista: la falta de confianza. Y si esa flojera acogota a los defensas y delanteros de un equipo el desastre está servido. Porque el desertor de España -¡cuánta ganas le tienen muchos!- ha probado con todo y con todos. El Levante, por ejemplo, ganó en el Bernabéu y bien pudo salir goleado. Dos fallos atrás, magníficamente aprovechados por los de Paco López, e innumerables ocasiones malogradas delante fueron una colección muy aproximada de los males que aquejan a los blancos. Madres detrás y gafes arriba, con los medios sin arriesgar tiros y pases profundos por inseguridad.

Unos añoran la supuesta flor de Zidane y otros dicen que les faltan hervores a quienes iban para balón de oro; Asensio, por ejemplo. Pero dejémonos de simplezas, lo que está faltando es el mejor goleador de su historia o sus alternativas. Era previsible que ni Benzema ni Bale ni ninguno de los delanteros que estaban, y mucho menos Mariano, el postre elegido in extremis, un jugador normalito; garantizan ni juntos ni individualmente los cuarenta y tantos goles de Cristiano. Si acaso, marcarán sus habituales treinta y pocos entre todos, pero seguirán faltando otros tantos como mínimo para ganar algo relevante; los que deberían haber hecho los sustitutos que nunca vinieron, y aun así faltarían otra docena. Y la madre de ese cordero no es Lopetegui, que bastante tiene con la previsión que hicimos algunos en junio de que no se comería el turrón.

Al margen de la mala suerte ocasional, que también juega, ese cordero tiene padre reconocido: Florentino Pérez. Porque es él quien desde su paradójica creencia de que si sabe de algo es de fútbol, como la de algunos de los que le acompañan sin voz ni voto en su directiva, hace y deshace desde en lo deportivo, hasta propiciar la marcha de Cristiano. Por eso ha ido echando a quienes le llevaban la contraria; las verdades molestan a los soberbios cuando ejercen de tiranos.

¿Que Pérez ha tenido aciertos? Claro, faltaría más que no hubiera dado una en quince años; Figo, Zidane, Ramos, Isco, Modric o Kroos, pero aparte de una decena de buenos fichajes entre el centenar largo que ha hecho y el éxito en lo institucional y económico, indiscutible aunque haya sido a rebufo de la rutilante trayectoria del fútbol español en este tiempo -ver los éxitos, la economía y el saneamiento de la mayoría de clubes- lo demás es campo yermo y mustio, que diría el poeta. Mérito grande tienen en Villarreal, Éibar, Leganés, Getafe o Vitoria. Ahora hablan de Guti, Laudrup, Michel, Solari o Conte -el San quien sea-, pero ni con alas arreglarían algo sin goles.