A Lorena le han regalado un hámster. Lorena tiene siete años y es mi vecina. Es la primera vez que observa a un ratón a través de unos barrotes. Con toda probabilidad, es la primera vez que contempla a un ser vivo limitado por el espacio. Un lugar acondicionado con una lubricada rueda en la que, como si se tratara de una de esas cintas automáticas que adornan las habitaciones de los yupis, el hámster puede caminar sin avanzar un solo centímetro.

El hámster ya tiene nombre. Se llama Trompo. Es blanco, tiene los ojos rojos y está asustado. Desde que ha llegado a la casa no cesa de hacer girar la noria, descansando únicamente para comer, dormir y ensuciar la celda. Buen resumen de la vida de una cobaya que no superó el examen para ser rata de laboratorio. El sueño al que sólo aspiran las mejores. Contemplar el giro interminable de la rueda acompasada por el rasguear de las patitas del animal sobre el plástico, me causa cierta inquietud, pero se disipa al comprobar la insobornable sonrisa de Lorena.

De regreso a casa no logro sofocar la imagen de aquella endiablada rueda. Vueltas y vueltas sobre cientos de ejes imaginarios. Equipado con un traje de rebajas y una corbata regalada en un difuso cumpleaños, me imagino flexionado a cuatro patas sobre los peldaños de una inmensa rueda. Se repiten los días, los meses, las estaciones. Se repiten las rutinas, los protocolos, las fiestas y la hora del despertador. Son iguales los recorridos, el paisaje urbano, la silueta iluminada de los edificios o la interminable obra del metro. También se repiten las políticas, las rectificaciones, los desmentidos. Todo se repite tanto como los restos de una copiosa cena. Una aburrida cabalgata que discurre de cumpleaños a cumpleaños por idéntico itinerario.

Pedaleo más impetuoso y se suceden los acontecimientos repetidos. Políticos corruptos por un círculo vicioso de dinero que gira y gira de bolsillo en bolsillo. Curanderos parlanchines que hipnotizan con ungüentos la esperanza de los desesperados. Captadores de ludópatas disfrazados de apuestas deportivas que se reparten la ruina de algunas familias con un gobierno que pone la mano. Asesinos a sueldo de la tiranía. Banqueros y grandes accionistas que hacen navegar las decisiones de jueces en un gráfico de velas con viento a favor. Bocazas con apariencia de ministro que vuelven a colocar el sambenito a una Andalucía que agita sus alas con recortadas puntas. Nada es nuevo. Todo regresa una y otra vez a la rueda por la que avanzo raudo con la inocente intención de alcanzar un hueco para escabullirme de tanto tedio.

Tras los barrotes también hay ratos de descanso. Duermo, veo la tele, voto en las elecciones, y entro regularmente al cuarto de baño. Actividades muy propias de un hámster de ciudad. Pero también me rebelo a veces. Leo un libro, consulto artículos de opinión, converso con amigos. Es entonces cuando decido caminar en sentido contrario a la noria. Dejo de creer en políticos que venden su criterio, en milagreros de enfermedades, hipnotizadores de fortunas, dictadores del crimen. Voto a otro partido, cambio de banco y me preocupo seriamente por el avance de la educación en nuestra región. Pero no suelo aguantar mucho, un intervalo de tiempo cada vez menor a medida que cumplo años. Los hámster no somos propicios al cambio. Mucho menos a la revolución. Deberíamos haber aspirado a ser cobayas de laboratorio.