Domingo. Ocho y cuarto de la mañana. Con las mochilas cargadas de ilusión, un grupo de pequeños chavales se aproxima al autobús que les conducirá hasta Antequera. Algunos padres, inquietos ante esta nueva experiencia, aguardan en la acera pendientes de cualquier movimiento que realizan sus hijos. El autocar de Fundación Victoria se pone en marcha. Llega la hora de partir y les dan las últimas instrucciones, los últimos consejos. Los chiquillos suben al vehículo acompañados por sus entrenadores y la escena, inmortalizada a través de los cristales por sus progenitores, queda para el recuerdo.

Alguno, desconcertado aún por el madrugón dominical, reconoce que no ha pegado ojo las dos últimas noches. Los nervios del debut, la experiencia que van a vivir, les ha impedido dominar el sueño. ¡Que recuerdos!

A sesenta kilómetros de distancia, en la ciudad de Los Dólmenes, Alberto Castro, jugador del equipo de División de Honor Plata y monitor que dirige a uno de los conjuntos, acaba de bajarse del autocar tras recorrer la península desde Zarautz a Antequera. Recoge los bártulos, colchón incluido, y se aproxima a una cafetería para desayunar. Antes pasa por el Pabellón Fernando Argüelles para ver el estado de las pistas y dejar los «utensilios de descanso» hasta el próximo viaje. Impagable. Tras doce horas tumbado en un estrecho pasillo habilitado como dormitorio, agotado tras el encuentro y el palizón de viaje, cambia el rictus, la indumentaria que traía, y se pone el conjunto deportivo con el que se identifica a los monitores de su escuela. Atrás queda el partido disputado a mil kilómetros de casa. El disgusto por la derrota. Llega el momento de ejercer como entrenador, como educador, y en algunos casos como padre. Loable.

El autobús con todos los chicos llega a Antequera. Estaciona en los aparcamientos habilitados frente al Argüelles y se abre la puerta. A pie de escalera está Alberto Castro. Cónclave, unos segundos de conversación entre los monitores y se produce el descenso escalonado de los chicos y chicas. Bajan por edad. Por clase. En fila y pegados a la pared alcanzan el pabellón. Cada uno ya se hace cargo de los suyos. Los padres también están tranquilos. Las fotos enviadas por whatsapp le anuncian la llegada a la ciudad de Torcal. Respiran.

Queda una larga mañana de balonmano. Larguísima. De partidos y descanso. De poner toda la imaginación posible para cubrir esos largos espacios entre encuentro y encuentro. De estar pendiente de mochilas, desayunos, equipaciones o ropa de abrigo. De ponerlos a jugar, de equilibrar los tiempos, de dar instrucciones claras y precisas que permitan que la actividad sea atractiva, educativa, formativa y alegre. Llevarlos al servicio, cambiarlos de ropa cuando el zumo o el batido les pone la ropa pingando durante el desayuno. De impedir que alguno se despiste y se quede rezagado si se mueven por el complejo deportivo. De regañarles con un sentido pedagógico, paciente, afectuoso. Impagable labor la de formar a nuestras próximas generaciones.

Y así durante los próximos ocho meses. De un lugar a otro. Entrenando durante la semana. Llevando los conocimientos a los partidos. Arranca la Liga Benjamín Diputación de Málaga, quizás la actividad más gratificante. Formación sin resultados. Jugar por divertirse. Deporte en estado puro. ¡Adelante!