La última vez que el Valencia jugó en Castalia un partido oficial, en la pirotécnica eliminatoria de Copa del Rey del año 2003, la afición visitante lució una pancarta en la ratonera de Gol Norte Bajo: «Equipo de pueblo, afición de paletos». La respuesta fue la habitual en Castellón, y la otra noche me la recordó uno de los que estuvo allá abajo. «Nos tiraron de todo», sin rencor lo decía, como quien explica los gajes de un oficio. Ese «todo» incluyó restos y envoltorios de bocadillos, líquidos de dudosa procedencia y alguna piedra perdida. Fue una manera un tanto extraña de desmentir las palabras de la pancarta.

A veces hacemos cosas que en nuestra cabeza parecen espectaculares, pero en las cabezas ajenas no tanto. El otro día vi el partido de Mariano contra el Levante. Jamás había visto a nadie darse cabezazos contra la pared con tanto empeño y tanta efusividad. Creo que su cerebro dicta constantemente órdenes que las leyes de la física se encargan de invalidar, como de niño que pensabas «voy a hacer un mate», y lo deseabas muy fuerte y seguro que lo ibas a conseguir, pero saltabas con todas tus fuerzas y te quedabas a metro y medio del aro y de la canasta. A Mariano le pasaba eso, pero él seguía como si nada. Intuyo que de vez en cuando lo imposible se torna posible con Mariano, y en ese chispazo recarga la gasolina de la fe, y aviva la llama del entusiasmo. Respeto a este tipo de jugador, pero no lo comprendo. Es algo bueno: a casi todos lo que comprendo no los respeto. Y al fútbol no sé, pero yo me iba a la guerra sin dudarlo con Mariano.

Mariano ya debe ser multimillonario y quizá se convierta un día en el mejor delantero del mundo, quién sabe, pero mientras lo veía saltar, chocar, caer y levantarse, en una tierna exhibición de ímpetu y entusiasmo, pensé que era una lástima, que eligió la vocación equivocada. Qué grandísimo concursante del Grand Prix del verano hubiese sido Mariano. Subiendo la rampa, regateando vaquillas, brincando sobre el agua o cabeceando bolos locos. El mejor de todos los tiempos hubiese sido Mariano.

A veces en nuestra cabeza parece espectacular. Ya sabéis que yo solía decir que Bojan Krkic era la mezcla perfecta y letal de lo mejor de Butragueño y lo mejor de Raúl. Ya sabéis también que secuestraron durante un tiempo la tirada de Fariña, el libro sobre el narcotráfico en Galicia, el libro que los gallegos le robaron a los valencianos, y sin decir ninguna mentira del tamaño de la mía. Algo bueno ha de tener el periodismo deportivo. Como mucho te insultan por Twitter, que insultáis muy bien lo tengo que admitir, pero nadie se acerca a denunciarte a un juzgado.

Lo de Bojan. Lo mismo me puede pasar ahora con Mariano.

A veces en nuestra cabeza parece espectacular. En 2003, en la última visita oficial del Valencia a Castalia, yo solía beber whisky peche con naranja, y han pasado quince años pero sigo sin estar preparado para hablar de ello. Poco antes, al aprobar selectividad, mis padres me compraron un bajo. Fui a mi pueblo y lo comenté con cierta ilusión.

El anuncio fue recibido con frialdad hasta que horas después, María me preguntó para qué quería un bajo, si para vivir allí o para qué. Pensaban que me habían comprado el bajo de un edificio, no un bajo eléctrico de cuatro cuerdas. Nunca aprendí a tocar el bajo. Lo sabían en mi pueblo antes que yo, porque sabían de mi alergia al tesón de Mariano. Mi pueblo nunca fue al Grand Prix. Este país se empezó a joder cuando dejaron de emitir el Grand Prix.