Hace ya unos años que el ambiente geopolítico mundial se está enrareciendo entre Rusia y los EEUU como consecuencia de los acontecimientos de Ucrania y Crimea, y también entre Estados Unidos y China con el desencadenamiento de guerras comerciales, hasta el punto de que es frecuente oír hablar de un nuevo «clima de guerra fría» en el mundo. Otros, quizás con mayor propiedad, hablan de «paz caliente». No son buenas noticias.

Lo malo es que ahora entran en juego las armas nucleares y esa noticia es todavía peor. No hay que olvidar que Barack Obama recibió el premio Nobel de La Paz precisamente por abogar por un mundo «libre de armas nucleares», a pesar de que luego emprendió un proceso para modernizarlas aunque reduciendo su número total. Eso hoy parece quedar muy lejos porque Donald Trump acaba de anunciar que los EEUU se van a retirar del Tratado de Armas Nucleares Intermedias (INF en sus siglas inglesas) que firmaron Reagan y Gorbachov en 1987 y que condujo a la destrucción por ambas partes de 2.700 misiles con alcance de entre 500 y 5.500 kms, así como de sus plataformas de lanzamiento. Fue un enorme éxito que contribuyó de forma decisiva a la seguridad europea en los momentos convulsos de la caída del Muro de Berlín. Pero muy poco tiempo después desapareció la URSS y comenzaron las recriminaciones recíprocas.

Los americanos justifican su decisión con el doble argumento de que responde a una lógica de bipolaridad ya inexistente y de que los rusos no lo cumplen y tienen razón, algo que ya denunció Obama en 2014 porque el misil ruso Novator 9M729 lo viola claramente. A eso los rusos responden que no han tenido más remedio que fabricarlo porque los americanos han desplegado sus escudos antimisiles en territorio europeo (Rumanía, Polonia) y esos escudos incluyen sistemas Aegis, misiles interceptores SM-3 y de Crucero. Por eso, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. De hecho, Putin hace años que dice que el Tratado INF no sirve a los intereses de Rusia a la vista del despliegue de 4.500 soldados norteamericanos y de otros países de la OTAN en los Países Bálticos y en Polonia, lo que le ha servido de conveniente excusa para desplegar a su vez misiles Islander en el enclave de Kaliningrado. Son misiles capaces de llevar cargas nucleares, aunque no está confirmado que las lleven.

La situación es aún peor porque en 2021 caducará la vigencia del otro gran tratado de reducción de armas nucleares de largo alcance entre Rusia y los Estados Unidos, el Tratado START 3 que firmaron Obama y Medvedev en 2010 y que limitó a 1500 el número de cabezas nucleares estratégicas que cada país podía poseer, sin que hasta el momento haya conversaciones para su renovación y cuando, por el contrario, los Estados Unidos de Trump han anunciado una revisión de su doctrina nuclear (Nuclear Posture Review) que aboga por una «estrategia de disuasión nuclear flexible y a medida», que no excluye su uso contra ataques no nucleares cuando se den «circunstancias extremas» o estén en juego «intereses vitales» norteamericanos. Ese es un cambio muy serio y muy grave.

Hay que tener en cuenta que entre los Estados Unidos y Rusia se reparten el 90% de las armas nucleares que existen en el mundo. Pero no todas (India, Pakistán, China, Corea del Norte, Israel) y eso explica también en buena parte el problema actual, porque tanto Washington como Moscú creen que estos tratados les vinculan a ellos pero dejan las manos libres a otros y, en particular, a China que se está armando y que muestra apetitos estratégicos inaceptables sobre amplias zonas del Mar del Sur de China, ambiciones que afectan a la libertad de navegación y a los derechos de otros países ribereños como Filipinas o Vietnam.

Por eso frente a los que afirman que la denuncia del Tratado INF por parte de Washington es una simple maniobra de distracción para disminuir la presión que existe en favor de revisar la relación con Arabia Saudita a la vista del escándalo que ha supuesto el asesinado del periodista Jamal Kashogui cuando Riad es una pieza esencial de la estrategia norteamericana contra Irán, yo pienso que el problema es mucho más serio y que apunta al inicio de una nueva carrera de armamentos que esta vez es a tres bandas. Por una parte, Rusia piensa que una reducción de sus arsenales nucleares no le conviene a la vista de su inferioridad en términos de fuerzas convencionales, y por otra parte, a los Estados Unidos no les interesa atarse a una reducción pactada con Rusia mientras China no esté por su parte sometida a ninguna limitación.

Dicho lo cual, denunciar unilateralmente el Tratado INF tiene a mi juicio inconvenientes para Washington por varias razones: porque a la vista de la escasa credibilidad de Donald Trump, se le echará la culpa de su fracaso cuando ésta es compartida con Rusia; porque los europeos (que son los protegidos por este Tratado) no estarán de acuerdo y se añadirá un nuevo e indeseable factor de separación entre ambas riberas del Atlántico; y porque dejará el campo libre a Rusia para desplegar sus misiles (como el 9M729) sin cortapisas. Pero como tampoco creo que sean argumentos que vayan a quitar el sueño al actual inquilino de La Casa Blanca, mucho me temo que la próxima carrera de armamentos está servida. Por poco que nos guste a todos los demás países.

*Jorge Dezcállar es diplomático