En el escaparate de la farmacia hay un cartel que reza: YA TENEMOS LA VACUNA DE LA GRIPE. Está muy bien rotulado, como si la noticia fuera un motivo de alegría para la humanidad. Quizá lo sea. Entro y pregunto si me la pueden poner allí mismo, pero me recuerdan que no hay nadie cualificado para pinchar (ya me lo dijeron la vez anterior, hace ahora doce meses).

-Aquí cerca hay un dispensario -insisten.

La compro y me voy corriendo al dispensario, pues estos preparados no pueden permanecer mucho tiempo fuera de la nevera. El practicante es un tipo mayor, pero jovial:

-La primera vacuna que pongo este año -me dice sin darse cuenta de que ya me lo dijo el año pasado. El déjà vu continúa.

Mientras la calienta un poco, girando la ampolla entre las manos, dice que está contento. Le han tocado doce mil euros en la lotería. Llevaba veinte años jugando al mismo número todas las semanas. Le pregunto por qué ese número y dice que es el del año en el que murió su madre (todo esto también me suena).

-Al volver del cementerio -añade-, pasé delante de una administración de lotería y escuché dentro de mí una voz que me ordenó entrar y comprar un décimo. Casualmente, su número coincidía con el del año en el que estábamos. Me pareció una señal. Desde entonces todas las semanas he venido comprándolo, hasta ahora. La voz no me engañó.

-Una coincidencia -apunto yo tratando de hacer memoria.

-De coincidencia nada -dice él-. Súbase la manga de la camisa.

Me parece que se ha molestado porque me pincha con una agresividad innecesaria. Tras sacar la aguja me da una gasa estéril para que me la aplique a la herida.

-Bueno, pues muchas gracias -digo poniéndome la chaqueta.

-Si le da reacción tómese un paracetamol -responde secamente.

Lo de la reacción, más que a consejo, me suena a amenaza. Salgo a la calle y al poco paso por delante de una administración de lotería. Una voz interior me ordena adquirir un décimo. Ya en la calle, lo estudio para ver si el número coincide con alguna fecha importante, pero no. Lo guardo en la cartera, llego a casa, preparo una ensalada, me echo la siesta y me despierto con fiebre. Gracias a ella, a la fiebre, recuerdo que el año pasado no me tocó.