La ducha le quita a uno prejuicios y obsesiones. El gel se lleva las pesadillas y el champú barre ciertos pesimismos incubados en el desvelo. El agua arrastra los miedos. Entreveo por la ventana de la ducha una pequeña banda de azules mariposas. Camisa limpísima.

Bajo a la calle y el aire festivo me da en la cara recién no afeitada. Saludan biciclistas, vuelan patinadores, coches clásicos por la calzada y un adjetivo que vuela bajo, junto a una gaviota. Me dirijo al mercadillo ecológico (¿una redundancia?) de Huelin. Sol de otoño y niños que corren. Un lago artificial, un faro de cartón piedra, tórtolas en el césped. Curioseo feliz por los puestos. Curry de la India, granadas, pimientos grandísimos y rojísimos o pequeñitos y amarillos. Aceitunas, miel, aceite, borrachuelos de batata, limones del Guadalhorce, tomates feos y sabrosos. Cúrcuma, jengibre, lechuga, tartas. Con el apetito abierto no hay más remedio que tomar un aperitivo. El albariño es una ola mansa y las dos conchas finas lo ponen a uno en suerte para el almuerzo.

Los chiringuitos se aferran al otoño en un día que ya va tornando hacia la tarde fría y desabrida. Un grupo de extranjeros se hace fotos en la orilla. Se mojan los talones. Tal vez esos talones estén mañana en Helsinki u Oslo, en Munich, quién sabe si en Letonia. Son talones pertenecientes a personas rubias y altas, bien alimentadas y que con total seguridad llevan en este mundo más de cinco décadas. Ríen. Sus talones han de estar fríos con ese agua del Mediterráneo que los acaba de mojar. Pero no tan fríos como si los mojaran en el Báltico. Esos talones seguramente dormirán hoy entre las sábanas de un hotel, una sábana aún ligera que permita a uno de los pies escapar a la intemperie de madrugada. Pero en unos días esos talones sólo podrán pasar la noche bajo un espeso edredón, añorando quizás la sal de esta playa, el roce de esta arena. Quizás el pescado malagueño que han ingerido hoy aún aguante en sus cuerpos hasta mañana y los lleven dentro aún estando ya en su tierra. A lo mejor ese pescado de aquí se mezcla con otro de allí que ingieran en su país. Boquerones fritos en revuelto con salmón ahumado. O arenque. Los talones viajan con nosotros pero los ignoramos. Nos preocupamos mucho en los desplazamientos por nuestro estómago, nuestra cabeza. Por las manos o la planta de los pies. También por la piel. Pero poco por los talones, imprescindibles para nuestra buena arquitectura y un correcto equilibrio. Al pasar a bordo de un autobús veo como aún varias personas se afanan por recoger un par de puestos del mercadillo. Los talones de esos comerciantes los transportarán a sus casas. O al menos hasta sus coches o furgonetas. En frente, la orilla está ya muy oscura. No digamos el horizonte.