EE UU, o Italia, Grecia, Hungría y Polonia, dentro de la UE, tienen hoy gobiernos populistas, elegidos democráticamente, pero de dudosa catadura democrática. En otros países, como Francia, Alemania u Holanda, aún fuera del gobierno, los partidos populistas han experimentado una penetración social inimaginable hace unos años. La explicación principal la encontramos en la economía.

La crisis iniciada en el verano de 2007 se gestó durante años de descontrol financiero y alcanzó un punto culminante el 15 de septiembre de 2008, cuando un banco más que centenario de gran prestigio internacional, Lehman Brothers, presentó su declaración de quiebra. El gobierno de George W Bush, supongo que para evitar incurrir en riesgo moral, cometió el inmenso error de negarle ayudas públicas para salvarlo. Seguro que se arrepintió a los muy pocos días al comprobar los devastadores efectos de su decisión, porque, de hecho, sí estuvo dispuesto a poner muchos más millones de dólares para salvar a la compañía de seguros AIG. En el imaginario de la gente está, permanentemente, la idea de que los gobiernos han «rescatado a los bancos» y, además, han sido incapaces de «rescatar a las personas». Probablemente, esto sea, simplificadamente, el origen del crecimiento del populismo. Pero vayamos un poco más despacio. Cuando se produce una crisis financiera de la magnitud de la que ya han pasado diez años, el sistema financiero está en riesgo de colapso, y con él, el conjunto de la economía, de lo que normalmente se derivan consecuencias catastróficas, también para las personas y, entre estas, fundamentalmente a las más desprotegidas.

Por la razón que sea -quizá falta de pedagogía- existe una gran animadversión popular a salvar a los bancos, pero lo cierto es que pensando en el interés general, y no el de los bancos, lo mejor es hacerlo para evitar que la economía real se paralice. En España, Mariano Rajoy, presidente del gobierno en ese momento, y su ministro de Economía, Luis de Guindos, prometieron que no gastarían ni un euro de dinero público para rescatar a la banca. Hicieron mal mintiendo, pero bien evitando males mayores, para lo que incluso tuvieron que pedir socorro a las instituciones internacionales.

Ahora bien, la percepción de la gente, construida en base a la realidad, es que, junto a los bancos, también se rescató a los banqueros, de aquí y de allá, que fueron quienes habían dirigido sus naves hacia el desastre. Y eso no solamente no era imprescindible, sino que ha sido profundamente injusto.

Pero es que, además, los gobiernos, tanto los de corte más o menos conservador, como los socialdemócratas, erróneamente obsesionados con unas reglas fiscales autoimpuestas, con efectos pro cíclicos, fueron agravando la situación económica, profundizando la recesión, destruyendo puestos de trabajo y reduciendo el gasto público, tanto en su vertiente social, como en infraestructuras o en investigación y desarrollo, dañando el crecimiento potencial. Afortunadamente los principales bancos centrales del mundo: la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra, el de Japón y, con un cierto retraso, el Banco Central Europeo, reforzaron la laxitud de la política monetaria, mediante políticas de flexibilización cuantitativa, que han inundado la economía de dinero. La QE fue necesaria por las políticas fiscales excesivamente estrictas y porque tuvimos la peligrosa deflación a la vuelta de la esquina.

Eso ha tenido claros efectos positivos, pero también otros negativos, porque favoreció el aumento del precio de los activos financieros, haciendo más ricos a los que ya lo eran, mientras, al mismo tiempo, aumentaba el número de pobres y se producía un potente efecto de devaluación salarial, que ha estancado cuando no reducido, prácticamente hasta hoy, los ingresos de los trabajadores y una vuelta de tuerca a la desregulación del mercado de trabajo que, además, ha favorecido el debilitamiento de los sindicatos de trabajadores.

Insisto, esto lo han hecho gobiernos de los partidos «clásicos» tanto de la derecha como de la izquierda (demócrata cristianos, liberales, conservadores, y socialdemócratas): ¿qué esperamos que piense y sienta la gente que ha resultado más perjudicada por todo lo sucedido?

No solo en España, pero sirva de ejemplo, hemos recuperado el nivel de producción anterior a la crisis y también la renta per cápita, pero la distribución del pastel es mucho más injusta. En otros términos, lamentablemente, las políticas públicas han servido para incrementar significativamente las desigualdades. Si este es el guion y, creo que lo es, existen razones suficientes para que los partidos políticos clásicos hayan quedado totalmente desacreditados ante sus opiniones públicas. Los gobiernos deberían haber luchado contra la recesión y las tendencias deflacionistas de la economía reforzando sus políticas sociales, «rescatando a las personas» del abismo en el que la crisis financiera las había situado, así como mediante otras políticas públicas, como por ejemplo, invirtiendo en educación, en general, en reforzar el capital humano.

Pero nos dijeron que eso no resultaba posible, porque no lo permitía el pacto de estabilidad y crecimiento. Puede que así sea, pero lo que han callado es que esas reglas fiscales no son una verdad absoluta, sino una opción política, y que, por tanto, se podían modificar para practicar otras políticas que favorecieran las prioridades de la gente común.

Y en estas estamos, todavía, en gran medida. Y en estas que estamos es por lo que la gente ha dejado de creer en los políticos clásicos, que tantos beneficios generaron a las sociedades que dirigían durante décadas, y se han pasado a abrazar ofertas políticas que, en mi opinión, encierran un gran peligro, porque nos retrotraen al periodo de entre guerras del siglo XX, favoreciendo los nacionalismos y la xenofobia, atacando el comercio internacional y el multilateralismo.

Las políticas desarrolladas alimentan el desencanto y la desafección democrática de la ciudadanía, generando unas sociedades cada vez más polarizadas. En manos de los grandes partidos clásicos está la solución, es su responsabilidad, pero, por el contrario, parece que, en lugar de reconocer errores y cambiar de políticas, sienten la tentación de aproximarse al populismo en busca de un puñado de votos.