Pablo Casado ataca a Rivera por desbloquear los Presupuestos: «Ha vuelto al centro izquierda». Bueno, algo vamos mejorando. Antes para insultar a alguien se le mentaba a la madre, se le decía cabrón o se insinuaba su afición a ciertas sustancias. Ahora se le acusa de ser «de centro izquierda».

A Casado le ha faltado decir que Rivera es un rojo peligroso. En la política española no hay debate de ideas y sí una lucha por las sillas. Por las etiquetas. Por los espacios. Por ser percibido en uno u otro lado de la banda. Está la silla socialdemócrata, tradicionalmente ocupada por el PSOE y en la que ahora se sienta, al menos en un cachito, Pablo Iglesias, que de asaltar los cielos e implantar la guillotina ha pasado a ser un respetable sostén del Gobierno. Sostén o sujetador, que queda menos demodé. Cuando a Iglesias le entra la nostalgia de revolucionario o comunista se mete con la monarquía, le tira unas andanadas al Borbón y así parece que se queda más tranquilo y calmado. Luego se va a casa a cuadrar los Presupuestos, como haría un honrado contable que se lleva trabajo a casa para la tarde dominical. Iglesias con una mano llama a la movilización y con la otra da un lametón al lápiz para afilarlo y consignar en el excel unas cifras que permitan a los ministerios comprar cartapacios y grapadoras y echar gasolina a los coches oficiales. El sistema ha de seguir.

También está la silla de la derecha, que es amplia y en la que en un borde se sienta Vox. Pero como su líder, Santiago Abascal, está fuertote, le va comiendo espacio a Casado, que tiene que apretar el culo. El culo político, claro, culillos de mal asiento. Casado, empujado por Vox por la derecha empuja él a su vez a Rivera al centro izquierda. En la silla de la izquierda se ve clara la opción netamente izquierdista, IU, culiferrosa, que está subsimida, fagocitada, garzoneada por Podemos.

Tal vez Rivera diga pronto, para insultar a Casado que es «de centro derecha». O Abascal lance a Casado a la izquierda. Un lío. Un lío sillonesco, de aposentos. Que además denota poca capacidad para insultar, con lo rico que es el castellano para esos menesteres. A este paso se va a perder la entrañable costumbre de llamarle a alguien tiralevitas o tolai. Peinabombillas, adufe, abanto, sonso o escornacabras.

En fin, en la supuesta era del fin de las ideologías las etiquetas clásicas reviven en España. Todos populistas.