La Naturaleza es ejemplo de sabiduría. Incluso en su versión más "desordenada", la Naturaleza es orden en estado puro. Reparemos, si no, por ejemplo, la precisión del gran libador por excelencia, el colibrí, maestro de maestros en el arte del cunnilingus floral y en el oficio de la mensajería de pólenes que embarazan a flores hembras y hermafroditas. Las capacidades linguales del colibrí son deslumbrantes. Las lingüísticas de la nueva savia de nuestros líderes políticos, no. Más que capacidades, demasiadas veces parecen discapacidades. La verbidesgracia y el talante de los líderes políticos de la política patria recién llegados empiezan a hacer buenos hasta a los peores que los precedieron. ¡Otros vendrán que buenos los harán...! Sí señor, sabiduría en toda regla.

La savia es tan sabia que hasta se atreve a contravenir la ley de la gravitación universal de don Isaac, a su favor. Si no, obsérvese cómo, a través de los tejidos conductores, alimenta al cuerpo floral de abajo arriba sin corazón que la impulse ni mecanismo ninguno que la absorba, sino a través de la denominada teoría de la tensión-cohesión. Es todo un prodigio natural y todo un proceso digno de envidia ver cómo la citada teoría verifica que la tensión y la cohesión, cuando son sabias como la savia, reman siempre en el mismo sentido.

Y digo digno de envidia, porque cada vez que medito cómo serían los plenos de cualesquiera de nuestras cámaras bajo la tutela de la teoría de la tensión-cohesión, siento una especie de orgasmo del alma que me eleva a la plenitud... Me imagino un pleno tenso, como vienen siendo de más en más, en el que es la propia tensión la que lleva a todas sus señorías a cohesionarse en pos del bien sagrado por el que cobran. Después, claro, vuelvo a la realidad y mi plenitud se desinfla y me frustro y me cabreo como un mono, es decir, al por mayor...

Cuando pienso en turístico, es decir, como un modesto sapiens profesional del turismo, tampoco puedo sustraerme a meditar sobre cómo habría sido nuestro desarrollo si la savia turística tuviera los mismos genes sabios que la savia botánica. Y me atribulo y me siento tan amarrido como aferruzado. En esta era del conocimiento y la inteligencia en los papeles protagonistas del padre y la madre de todas las ciencias, diríase, me entristece y me encoleriza que nuestro turismo solo aspire a ellos, al conocimiento y la inteligencia, como objetivos máximos. Nuestra visión turística, a lo largo de las distintas eras, tuvo conocimientos sucesivos y fue consecutivamente inteligente sui géneris, o sea, con los prismáticos únicamente enfocados a la punta de la nariz de cada próxima temporada. Pero, ay, el conocimiento y la inteligencia son falibles... ¿O no?

La sabiduría, no, la sabiduría es infalible. W. Dyer, el psicólogo transpersonal estadounidense, discípulo directo de Maslow, nos legó aquello de que en la vida todo es o una posibilidad para crecer o un obstáculo, y que la decisión reside en nosotros. Y, observando este pensamiento con la suficiente perspectiva, es evidente que nosotros, en nuestro devenir, o no conocimos al doctor Dyer o nunca comprendimos bien su inglés detroitino, que es especial. Los implicados en el desarrollo turístico de la Costa del Sol, casi de manera lineal, cada vez vimos una "oportunidad". Y nos impulsamos por la lanzadera de los ignaros avanzando salto a salto sin prestar atención a los obstáculos que cada "oportunidad" aportaba.

Casi cada salto trajo consigo un obstáculo que cada vez esquivamos, "sin perder tiempo en saberlo". Y, así, aquellos obstáculos terminaron integrados en el muro de nuestras debilidades, que ya es visible desde la distancia como parte integral de nuestra mismidad.

Y en el capítulo del cuento en que nos encontramos, yo me pregunto: ¿cómo podemos insistir por enésima vez en que nuestro objetivo es el "cliente de calidad" sin atender al muro de nuestras debilidades? A estas alturas, ¿es posible cumplir la expectativa razonable de ocupación del destino solo con "clientes de calidad"?

Nuestro discurso nada tiene que ver con la savia sabia de la naturaleza. Seguimos insistiendo en los vacuos objetivos de siempre, que, desde la inteligencia, solo aspiran a convertirse en las mismas nescientes aporías turísticas de toda la vida.

De lo que se trata es de turismo sabio. El inteligente, a estas alturas, ya no da la talla.