Desconozco si la sala de atención al público de la Agencia Tributaria se considera zona acústicamente saturada. Dado que se trata de un edificio perteneciente a la Administración central y no un sector urbano de competencia municipal, imagino que la respuesta es negativa; sin embargo, desde hace tiempo allí hay carteles fijados a las paredes y mensajes proyectados en las pantallas electrónicas conminando a los presentes a hablar bajito. Tanto burlarse del alcalde y sus declaraciones, que tantas chanzas han motivado, tenían precursores bien acreditados.

Cuando hay diferencias de criterio -como las que separan a vecinos y hosteleros en lo tocante al ruido emanado de la vía pública- es un paso acertado el objetivar el asunto en liza mediante la cuantificación de la polémica, es decir: midiendo decibelios. Puede arbitrarse así una solución garantista. Aunque en las dependencias de Hacienda se ha soslayado; allí lo tienen claro, en esas oficinas se trabaja y no debe superarse cierto umbral sonoro. No creo que se haya realizado medición alguna, ¿para qué? La cuestión es obvia. El contribuyente no suele acudir con una disposición especialmente festiva a cotejar su declaración pero si la dirección de la AEAT ha actuado de esa forma seguro que ha sido como respuesta a un problema detectado por el sentido común. Que, como se sabe, es el menos común de los sentidos: una ciudad es un espacio en el que se habita y en el que tampoco deben superarse ciertos umbrales sonoros que impidan desarrollarse las actividades inherentes a él.

Si estudios concienzudos certifican lo que el sentido común ya había detectado, se espera de la máxima autoridad municipal decisión y firmeza. Lo de hablar bajito ya lo sabían en Hacienda sin tanta medición.