Hay más certeza en los muertos que en los vivos. En La Maldición de Hill House, la serie de miedo de moda, el espectador cree que Hugh Crain -el personaje que encarna el actor Timothy Hutton- habla permanentemente con el fantasma de su mujer. Hasta que Hugh le confiesa a uno de sus hijos que se inventa la presencia de su mujer muerta para no volverse loco y superar progresivamente su pérdida. Recordar la muerte, con o sin fantasmas, es recomendable siempre para aprovechar la vida.

Junto a la mar bravía

El valiente liberal Torrijos murió fusilado en la playa de San Andrés de Málaga en la amanecida del 11 de diciembre de 1811. Espronceda sólo tenía tres años cuando sucedió, pero no quiso que el muerto muriese más veces y por eso recordó su gesto así en un conocido soneto:

«Helos allí: junto a la mar bravía cadáveres están, ¡ay!, los que fueron honra del libre, y con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía. Ansia de patria y libertad henchía sus nobles pechos que jamás temieron, y las costas de Málaga los vieron cual sol de gloria en desdichado día...». Tampoco el pintor valenciano Antonio Gisbert, aunque nació treinta y tres años después de aquel luctuoso día, quiso que se olvidase al general mártir por la libertad cuando lo inmortalizó junto a sus leales ante el pelotón que los mató. Los semblantes y comportamientos humanos reflejados en el lienzo no tienen desperdicio. El cuadro sigue hoy muy vivo en El Prado, como tantos otros con todos sus protagonistas muertos. Un reconocido pintor malagueño quizá nos sorprenda pronto, a lo grande, con el personal impacto de sus pinceles empleados sobre aquel instante. Pero hasta aquí puedo escribir.

Noviembre

Apenas hemos inaugurado noviembre, pero a Torrijos se le ha vuelto a recordar por la carta que escribió a su amada horas antes de su ajusticiamiento. La carta se ha incorporado esta semana como un pergamino en piedra a su primera tumba, en el histórico cementerio de San Miguel.

Como los malagueños ya saben, Torrijos no está enterrado allí. Sus restos y los de la mayoría de sus 60 hombres descansan, desde 1842, bajo el monolito que les recuerda en el centro de la Plaza de la Merced. La romántica carta que, además de en el Congreso (donde está su original) y en el ayuntamiento malagueño, ya se puede leer también en el cementerio, la ha esculpido el imaginero Juan Vega (a quien nombrábamos en esta misma página el sábado pasado como autor de la escultura con que La Opinión reconoce cada año a sus premiados):

«Amadísima Luisa mía... Ten la satisfacción de que hasta mi último aliento te he amado con todo mi corazón... Tu siempre, hasta la muerte, José María Torrijos».

Huelingrado

También amó el poeta Pushkin. Y luchó por la libertad en la misma época de Torrijos, aunque en su contexto ruso. Incluso llegó a ser enviado al exilio por el zar Alejandro Iº como premio a intencionados versos como éste:

«A ustedes el poder, ¡oh gobernante, oh rey!, lo da la ley, no la naturaleza, están por encima del pueblo y la realeza, pero más alta está la sempiterna Ley... La Ley será invulnerable y Libertad y Paz serán el sable».

Aunque Pushkin no murió por la libertad, sino por una mujer, en uno de sus varios duelos por asuntos amorosos. No sé si por eso, o por su novela adelantada a su tiempo «Eugenio Oneguin» o por su valorado sentido del humor y aguda descripción del carácter ruso, Pushkin es adorado en su país. Mañana recibirá el alcalde de Málaga, Francisco De la Torre, la Medalla que lleva el nombre del poeta ruso en el mismísimo Kremlin y de manos de Putin. ¡Cuidadin!, en vez de cuidadín, diría Chiquito si aún estuviera vivo en este mes de los muertos.

Di mi nombre

La medalla Pushkin premia los vínculos culturales con Rusia. Málaga los ha estrechado desde que inauguró en 2015, en el antiguo edificio de Tabacalera, el «Museo Ruso de San Petersburgo». Pero no en ruso, sino en español gitano de El Perchel de los años 50 cantaba La Repompa. La cantante catalana Rosalía, con estudiadas trazas flamencas que alguna airada colega andaluza ha descrito como apropiación indebida, ha devuelto a la vida a la muertita malagueña que se fue tan jovencita, sólo con 21 años, dicen, que por peritonitis. Aunque algunos flamencólogos dicen que fue del mal querer o por alguien que la quiso muy mal. «Di mi nombre» es el tema de La Repompa que en su segundo disco canta Rosalía. Una viva y una muerta juntas, dos muchachas unidas por la música, que se queda viva. También se ha muerto Álvaro de Luna, con quien tanto hablé en el Festival de Málaga. El actor más culto de quienes formaban la partida de Curro Jiménez que, cosas del cine, hacía del más burro. Habiendo vivido de verdad, así es como mueren los valientes. Feliz puente de difuntos... Porque hoy es Sábado.