Hace una década que trabajo con personas refugiadas dentro de Cruz Roja Española en Málaga. Comencé en un centro de veinte plazas y desde hace dos años soy responsable del programa en la provincia que atiende a más de 1.000 personas y que tiene 137 plazas en centros. Diría, sin duda, que el volumen ha cambiado porque se ha producido una crisis migratoria, fundamentalmente de refugiados, sin precedentes en Europa desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, provocada sobre todo por los conflictos en Ucrania y Siria, pero tampoco hay que desdeñar el número de personas que vienen de territorios en conflicto en África (Yemen, Mali, Costa de Marfil) y América (Venezuela, Honduras, El Salvador).

Sin embargo, las personas que venían a solicitar protección internacional hace una década o las que vienen ahora, vienen a ser las mismas, las mismas personas cargadas de esperanzas, con miedo aún en el cuerpo muchas de ellas, con importante bagaje profesional en muchos casos, con un potencial humano increíble que tuvieron que abandonar sus países porque no encontraron otra fórmula más segura para sus vidas y las de sus familias.

A veces podemos dar por hecho que estas personas que llegan a nuestros países por proceder de países menos desarrollados o con una cultura o idiomas distintos serán una carga o tendrán que ser mantenidos por el Estado, que serán una rémora para la sociedad como se señala por parte de algunos medios. Desde mi experiencia, nada más lejos de la realidad: en los peores años de la crisis económica en mi país he visto cientos de casos de personas que se han integrado laboralmente.

La mayoría de estas personas llega en uno de los peores momentos de sus vidas, desubicados no solo espacialmente, sino también social y culturalmente. Tienen muchas dudas y pocas certezas, describir su estado de ánimo más cercano sería el de la sensación de miedo, un miedo a todo y a nada en concreto, en muchos casos, desesperanza. Algunas de estas personas sufren de estrés postraumático, ansiedad, han sufrido torturas, violaciones, agresiones de todo tipo.

Realmente la integración en una nueva sociedad es algo tan complejo e intervienen tantos factores que resulta muy difícil resumirlo, lo que sin duda es necesario es la predisposición de las personas que vienen, las cuales en la inmensa mayoría de los casos están predispuestas. Sin embargo, toda ayuda es necesaria y la sociedad de acogida debe participar en el proceso, la sociedad civil colabora a través del voluntariado, realizando una función integradora en sí misma, mostrando el interés de personas de esta sociedad.

Ocurra lo que ocurra, Cruz Roja estará siempre para ayudar a las personas vulnerables allí donde se encuentren, dispuesta a poner los medios de los que disponga para aliviar el sufrimiento y potenciar al ser humano para que con sus habilidades y competencias pueda seguir desarrollándose.

* David Ortiz es responsable del área de atención a refugiados de Cruz Roja Málaga