Fue el pasado sábado, el 27 de octubre. Día de portentos. El más importante: el homenaje que Marbella, con su alcaldesa al frente, ofreció en La Virginia a un gigante de la arquitectura en estado de gracia: el australiano Donald Gray, el maestro de tantos maestros. Le dieron la bienvenida la alcaldesa, Ángeles Muñoz, en nombre de la ciudad, y María Esther Higueras, en nombre de La Virginia. Al final del encuentro le entregó al maestro otra virginiana, Patricia Lafitta, una hermosa cerámica conmemorativa de su homenaje.

Había llegado Donald Gray un poco antes del mediodía al lugar que él creó hace más de medio siglo. El día anterior había viajado a Marbella desde su legendaria casa andaluza, en las cumbres de Las Alpujarras. Su actual patria chica. Siempre dadivoso con sus energías, su sabiduría y su tiempo. No podía ser de otra forma en él. Un creador casi bíblico, sin complejos, brillantísimo en sus intuiciones y en su honestidad. Que practica las artes más complejas de su profesión con la bondadosa sencillez del buen artesano. Prendido desde su juventud por su amor a la arquitectura popular andaluza.

Por este motivo, hace una semana un servidor de ustedes publicó en La Opinión de Málaga un artículo sobre La Virginia, el paraíso secreto que Marbella ofrece a sus visitantes. Gracias sobre todo a los providenciales Donald Gray y su buen amigo Juan Manuel Figueras.

La Virginia es un tesoro de los muchos que tiene la Andalucía que amamos. Tesoros demasiadas veces amenazados por la ignorancia y la codicia de unos y otros. Como cada día ocurre en otros lugares del Mediterráneo, la defensa kantiana de los patrimonios sagrados se convierte en un imperativo categórico. Marbella se levantó hace ya tiempo contra los depredadores. Unos años después el Ayuntamiento sabiamente rectificó y rechazó los rascacielos en su término municipal. En Marbella una de las más importantes cadenas hoteleras del planeta acaba de anunciar un nuevo y espléndido hotel en las afueras de esta ciudad prodigiosa, objeto del deseo del mejor turismo internacional.

No pocos ignoran que sin Donald Gray, ese amable genio que llegó desde nuestros antípodas en 1958, ese milagro de la cultura y el talento que son las plazas y las calles y los jardines urbanos de La Virginia simplemente no existirían. En estos tiempos oscuros en los que en todos los continentes nos amenaza la eclosión de siniestros déspotas, tan ágrafos como tóxicos, la búsqueda de la belleza moral a través de lo inteligentemente ético y de lo estéticamente perfecto es más necesaria que nunca.

El sábado nos habló el maestro Gray en la capilla de La Virginia de los falsos esplendores de la fealdad como doctrina y de cómo la seudoestética de lo feo intenta conquistar las preferencias populares. Y compartió con nosotros, sus fascinados y agradecidos oyentes, las diversas facetas de su filosofía y de sus vivencias. Y sobre todo nos habló, con la reverencia y la emoción de un enamorado, de la magia de Andalucía y de sus gloriosas arquitecturas tradicionales.

Había comenzado esa mañana con cielos plomizos y una lluvia desabrida. Ya al mediodía, coincidiendo con la llegada de Donald Gray y el comienzo del homenaje, salió un potentísimo sol. Que hizo que La Virginia y sus jardines, ungidos por una lluvia generosa, lucieran bajo un espectacular cielo azul que se reflejaba en las paredes encaladas. Como queriendo evocar el mar nuestro, al que Leopardi, el poeta que amaba la luz, dedicara aquellas palabras: "E´l naufragar m´è dolce in questo mare".