Resistirá la democracia liberal? ¿Podrán disfrutar nuestros hijos, cuando sean personas de mediana edad, de un mundo de libertades como el que hemos conocido nosotros? Tengo muchas dudas. La periodista norteamericana Anne Applebaum contaba hace poco la fiesta de nochevieja que dio en Polonia, en la casa de su marido, hace casi veinte años, cuando celebró con un numeroso grupo de amigos la entrada en el nuevo milenio. De las cien personas que fueron a aquella fiesta, hay ahora, veinte años después, cincuenta o sesenta que ya no se dirigen la palabra. Y algunas ni siquiera se atreverían a reconocer que estuvieron en aquella fiesta. Es más, jurarían que no estuvieron. ¿Por qué? Muy sencillo: por el odio ideológico que se ha apoderado de Polonia, dividida desde hace cinco o seis años en dos trincheras irreconciliables. Anne Applebaum es judía. Su marido fue ministro de un gobierno liberal y europeísta. Ahora, la mitad de los asistentes a su fiesta son partidarios de los partidos de la extrema derecha antieuropeísta y antisemita. Para ellos, su marido es un traidor vendido al capitalismo judío que está entregando Europa a los extranjeros y a los inmigrantes. Y ella es simplemente judía. Con eso ya está dicho todo. En 1936 ó 1937 las cosas no serían muy distintas.

Supongo que muchos de nosotros podríamos contar una experiencia similar. De toda la gente que estuvo con nosotros, hace veinte años, en fiestas, en cenas, en reuniones familiares, ¿con cuántas personas ya no nos hablamos por motivos ideológicos? ¿Y cuántas se negarían a reconocer que estuvieron en una fiesta con nosotros, por miedo a ser considerados traidoras o colaboracionistas que compadrean con el enemigo? ¿Cuántas, incluso, jurarían que no estuvieron «jamás» con nosotros en ningún sitio? Me atrevo a aventurar que bastantes. Entre nosotros, el procés ha tenido las mismas consecuencias que la aparición de los partidos extremistas en el este de Europa (y en la América de Trump, y en el siniestro Brasil de Bolsonaro). De repente, gente que compartía los mismos gustos, las mismas aficiones, incluso los mismos vínculos familiares, ahora se ve con recelo, incluso con aprensión, como si fueran personas con una vieja deuda sin saldar, de modo que se rehúyen o hacen como que no tienen nada que decirse. Y poco a poco, la brecha se va agrandando. Primero, esas personas se borran de los grupos de WhatsApp, luego se esquivan si se encuentran por la cale, más tarde hacen como que no se conocen, y después incluso dicen ante sus íntimos que nunca se han conocido, por mucho que hubieran compartido excursiones, cenas, juegos con los niños y salidas nocturnas con las personas que ahora se han vuelto incompatibles. La brecha se ha vuelto insalvable. Y no hay nada que hacer.

Y las cosas empeorarán si en estos próximos meses se sigue agriando el enfrentamiento ideológico por culpa del juicio a los encausados del procés. Si en estos años se han dicho cosas terroríficas, habrá que ver las que se dicen a partir de ahora. Una amiga americana me contaba hace poco que nunca en su vida había visto el odio que se respira en la calle entre demócratas y partidarios de Trump, y eso que ella vive en una zona de Brooklyn relativamente tranquila. En Italia, en Inglaterra, en Francia, en Alemania -y no digamos ya en los países del Este de Europa-, las cosas no son muy distintas. El «otro» ya no es un conciudadano con el que uno compartía algunas cosas y discrepaba en otras, sino una especie de infiltrado que está saboteando la sociedad, un espía, un intruso, un peligro que de algún modo habrá que eliminar. Y ahora mismo vivimos una cierta prosperidad -más engañosa que real-, pero uno se pregunta qué pasará si este enfrentamiento ideológico se da en una sociedad con un 25% de parados y con familias que estén a punto de caer en ese fatídico proceso de depauperización que se vive en Argentina o Brasil, donde una familia se acuesta siendo clase media y se levanta sin recursos suficientes para pagar la electricidad, el alquiler, las cuentas del súper, las letras del coche.

¿Resistirá la democracia, el régimen de libertades, el frágil Estado de Derecho? ¿Resistirá a quienes pretenden imponer un gobierno autoritario, ya sea de derechas o de izquierdas, pero sin separación de poderes, sin alternancia en el poder, sin oposición política, sin información libre? No lo sé, pero desde luego no va a ser fácil. Nada fácil.