Esta semana una persona a quien tengo en mucha estima me dijo que la ciudad corría el riesgo de morir de éxito. Y es cierto. Ahora, en cuanto a operaciones inmobiliarias, la capital de la Costa del Sol se está moviendo al nivel de las grandes capitales europeas y norteamericanas, le hemos dado la vuelta a la imagen que teníamos apostando por el turismo cultural y de congresos, aunque nos faltan hoteles de lujo en la urbe; contamos, y mucho, en múltiples foros que van desde ámbitos de reflexión sobre el cambio climático a eventos punteros relacionados con las nuevas tecnologías. La hostelería es saludable en su mayoría, salvo el 10% de piratas que van a dar el pelotazo y a tratar de estafar al guiri o al comensal autóctono, muchas de las zonas de la urbe están siendo revitalizadas poco a poco, gracias a la iniciativa oficial o a la privada, que también tira; nuestra sociedad civil está cada vez más organizada y tenemos en nuestro horizonte proyectos ilusionantes para que la marca Málaga siga creciendo. Todo eso es cierto. También es verdad que el equipo de gobierno muestra algunos signos de agotamiento como se ha podido ver con la declaración de Zonas Acústicamente Saturadas (ZAS), una regulación que impedirá que abran nuevos bares, restaurantes y discotecas en 98 calles del Centro y en cinco de El Romeral, entre otras muchas cosas, una norma que no gusta a nadie, ni al que la saca ni a los hosteleros ni a los vecinos. Es real, cómo no, que algunos se vienen aquí a celebrar sus despedidas de soltero salvajes de una forma incívica, que a los vecinos de ciertas partes de la ciudad se les está haciendo la puñeta con las viviendas turísticas descontroladas y que algo de identidad estamos perdiendo, pero de ahí a decir que el Centro Histórico estaba mejor antes, que tenía más sabor, es una imbecilidad como la copa de un pino. Recuerdo el casco antiguo de mi niñez, un lugar hosco y oscuro en el que sólo refulgía aquella calle Larios sin peatonalizar. Hoy, vías como Alcazabilla, Larios o Císter, totalmente peatonalizadas, son un monumento a la belleza urbana y a la regeneración arquitectónica. Cuando algunos que han venido de fuera intentan explicarnos en sesudos artículos lo bien que estaba el Centro cuando ellos llegaron aquí hace veinte años no tengo más remedio que sonreír y señalar la soberbia que trata de enseñarnos a los malagueños lo que hemos de hacer. Hay que regular en temas de ruido, apartamentos turísticos y terrazas hosteleras, claro que sí, esto no es el salvaje Oeste, pero cuando hacen un reportaje en una televisión nacional comparando esto con Magaluf igual deberíamos mirar si no nos estamos pasando con ese discurso que sataniza todo lo que suponga desarrollo inmobiliario, hostelero o turístico. Legíslese para todos, seguro que hay caminos intermedios entre todas las posturas, pero no matemos la imagen de la ciudad, a ver si nos vamos a arrepentir.