La nueva provocación es ser poético, filosófico, tener un discurso afilado. Y no lo digo yo, lo dice Leo Bassi, el bufón italiano que lleva 40 años actuando contracorriente de una forma harto efectiva, con imaginación y, según sus propias palabras, seduciendo al pueblo para demostrarle que la risa es un discurso contrario a los intereses del poder. Bassi sentencia que los payasos se han hecho ricos y famosos, y eso les convierte en falsos narradores al servicio de la publicidad, y se lamenta al reconocer que la vulgaridad que emite hoy la televisión es lo mismo que hacía él, pero 30 años atrás.

Vaya por delante que Leo Bassi no es santo de mi devoción, pero he de reconocerle el mérito de haber entregado su vida a una causa en la que cree, lo que ya es algo que no pueden afirmar muchas personas, y, menos aun, la piara de cómicos que van de innovadores cuando en realidad se limitan a imitar tiempos pasados, pero sin la genialidad, la valentía y la inteligencia que demostraron Javier Krahe, Charles Chaplin, Pedro Reyes, Mel Brooks, los Monty Python, Luis Sánchez Polack, los Hermanos Marx, Quevedo y tantos otros que, desde el virtuosismo, hicieron una crítica social mucho más hiriente y acertada que Dani Mateo o todos los que le sujetan.

Dani Mateo es un peón, un instrumento, un tonto útil al servicio de un pensamiento único que, poco a poco, intentan inocularnos disfrazado de intelectualidad y rebeldía, pero, como digo, Dani no es más que el muñeco del ventrílocuo. Tiene la misma culpa que Macario o Doña Rogelia. Ese camino del chiste facilón ya lo enladrillaron otros antes que él, y hoy son recordados como lo que son, ridículos mamporreros del humor dispuestos a dilatar todas sus oquedades para que les metan la mano bien profundo y dejarse mover al son de la grosería y el insulto. Dani, o su guionista, lo mismo me da, cree que la bandera española es un trapo en el que limpiarse los mocos, y ahora el mediocre Mateo se acojona y abandona unas horas las redes sociales para no recibir más andanadas de la libertad de expresión que tanto reclama. Le han dicho de todo, pero ojo, desde el humor, porque, según Dani, el humor todo lo aguanta, todo lo ampara, todo lo bendice, menos cuando apunta hacia él, claro. Mi intención no fue ofender, escribió en su lastimera despedida. Pero olvida que, como dijo hace poco el Loco del Clot, los verdaderos artistas ya vienen llorados de casa.

Es la falsa moralidad, la doble vara de medir de quienes pierden la perspectiva y abusan de una oportunidad sagrada de la que pocos gozamos: tener un altavoz en forma de programa de radio, televisión, columna semanal, blog o cualquier otra plataforma para compartir un mensaje. Ese regalo implica una responsabilidad, contigo y con los que te siguen. En el momento que te dejas pisotear por la corrección política, te sumes en el miedo al rebuzno de las hordas o te arrimas al sol que más calienta, en definitiva, en el instante en que malvendes tu discurso, caerás en el abismo del mediocre, la tramoya del fogueo, el infierno del cobarde.

A Dani Mateo empiezan a abandonarlo algunos de sus patrocinadores, como Clínica Baviera o Alvaro Moreno. Eso hace pupa, da más miedo que la peor ofensa, y se le ha cerrado el culo como nudo de globo. Pero no se preocupen ustedes por él, pronto volverá a dilatarse para hacer lo que mejor sabe, dejarse usar como cargante títere al servicio del relativismo y la indefinición. Por falta de manos para guiarlo y gente a la que insultar no será.

También puede ser que yo esté equivocado, que millones de españoles vayamos de ofendiditos, tengamos la piel muy fina y todo nos afecte. Puede ser, aunque no lo creo, porque yo veo los monólogos de Carmen Calvo diciendo que Pedro Sánchez no calificó de rebelión lo de Cataluña y me parto de risa, pero no me ofendo.

Es lo que tiene la audiencia. Que es soberana, y sabe distinguir cuándo está frente a una marioneta.