Hoy todo el seso turístico universal está en Londres. Las neuronas turísticas andaluzas campan en son de paz versus los londoners y en explícita declaración de guerra frente los insolentes bárbaros que pretenden arrebatarle un manojito de turistas británicos a Andalucía. Pareciere que algunos pretendemos que todos los turistas británicos sean de propiedad exclusivamente andaluza. En síntesis, el todo turístico andaluz, incluido el político-turístico, está en Londres, como todos los noviembres, procurando hacer su agosto a la voz de attaquons dans ses eaux la perfide Albion, tal cual lo expresara Augustin de Ximénès, el poeta galo con sangre maña a quién se le atribuye la belicosa frase.

Cuentan que el interés recíproco entre Andalucía y el actual Reino Unido viene de un día lejano en el que un britano de la Britania de Cesar Augusto deambulaba perdido por tierras del sur tarraconense de la Hispania de entonces, en algún lugar en la frontera entre la provincias Tarraconensis y Bética en cuyos alrededores, casualmente, acampaba el imperator augustus aquellos días, que había venido a Hispania a lucir palmito y a espurrear futuribles de cartón, como viene haciendo nuestra clase política en Londres cada noviembre.

Por un inconcebible error de los servicios de seguridad del césar, a aquel britano errante, que venía hasta las trancas de cerveza por la parada de tres días que había hecho en el último pueblo tarraconense, con motivo de su semana grande, sin haberlo pretendido y por la ineficacia de la seguridad del césar, sus deambulantes pasos lo plantaron delante de la tienda imperial en la que César Augusto, a solas, llevaba horas dando cuenta de los más exquisitos espirituosos béticos de entonces.

La escena pudo ocurrir tal que así:

Al llegar a la puerta y advertir el emblema del emperador, el visitante britano, semilla del turista de nuestros días, a duras penas se sacudió el polvo de la ropa y se recompuso el peinado, mientras, con la otra mano, llamaba a la puerta de la tienda. Al constatar que sus golpes contra el tejido de la tienda no emitían sonido alguno, recompuso su figura, se aclaró la garganta, y con la lengua trabada por el alcohol, a su manera, gritó:

-Ave César!

Y César Augusto, cuyas capacidades auditivas y verbales también se encontraban afectadas por los efluvios de los aguardientes béticos, respondió a todo pulmón:

-¡Pasa, está abierto...!

En el sentido turístico actual, aquello más que un encuentro entre un britano y un bético, fue una afortunada serendipia que, además de fraguar una amistad entre dos individuos, coadyuvó a darle visibilidad a la proverbial hospitalidad de puertas abiertas de la Bética que ha pervivido hasta la Andalucía de nuestros días, tanto para solaz y disfrute de las sucesivas generaciones de turistas britanos y británicos, como para el mayor bienestar y riqueza de los andaluces de la bética aquella y la de los andaluces de ahora.

Aquello que cuentan que ocurrió probablemente fue el germen in pectore de las relaciones turísticas entre el actual Reino Unido y la actual Andalucía, que, por cierto, no justifican la inversión-hecha-feria de las instituciones públicas andaluzas en el mercado turístico del Reino Unido que, por su naturaleza, contradice las alharacas y los cacareos de los mistagogos turísticos -los institucionales y los empresariales- que defienden políticas y estrategias cuyo foco sea el ´cliente de calidad´.

Ningún turismo al por mayor puede obedecer a criterios de calidad en el cliente, a no ser que algún sesudo termine definiendo «qué es la calidad de los clientes turísticos al por mayor», para darnos pistas. A propósito, ¿cuál es la naturaleza esencial del cliente de calidad? ¿Cuál es el mínimo común múltiplo que lo define y lo identifica respecto del cliente de no-calidad?

Una preguntilla inocente: ¿por qué será que el mercado turístico del Reino Unido tiene mucha menos dependencia de los destino andaluces de la que los destinos turísticos andaluces tienen del mercado turístico del Reino Unido?

Mientras que la cuestión que suscita el anterior párrafo no esté resuelta e incorporada en nuestra plena consciencia, no vigilar estricta y estrechamente el crecimiento de la oferta en nuestros destinos turísticos será: o nesciencia en estado puro o irresponsabilidad con mayúsculas o un deletéreo síntoma de intenciones suicidas a largo plazo. O, lo que es peor, la trinidad no santísima de tres razones distintas y un solo error verdadero.

¡Anda que no!