La veo en un cine. Solo. Afuera está Málaga, pero la pantalla te conduce por el espacio tiempo a la ciudad de Colorado Springs en 1979. La última película del contestatario para algunos y demasiado blando para otros (esto siempre es así) Spike Lee es en blanco y negro, a pesar del color. Sus intenciones, su banda sonora, su estética y su enfrentamiento son blanco contra negro y viceversa.

El director afroamericano es uno de los grandes críticos de Trump. Por eso en un momento de la película mezcla sin pudor las imágenes reales de la agresión racista que terminó con más de 20 heridos y con la vida de una chica blanca, brutalmente atropellada, en la ciudad de Charlottesville (Virginia), en el contexto de una concentración supremacista con parafernalia neonazi. Ocurrió en agosto del pasado año y fue muy contestada por parte de la población estadounidense, pero no por el peculiar presidente norteamericano.

Yo solo en el cine, acompañado de las primeras mujeres pertenecientes a minorías en obtener escaño político en EEUU que vienen en el periódico que dejo en la butaca vacía de al lado. Ilhan, por ejemplo, es tras las elecciones Legislativas de esta semana la primera mujer americana somalí en el Congreso norteamericano. Rashida, de familia palestina, la primera musulmana. La latina Alexandria la primera tan joven con capacidad legislativa por Nueva York. Sharice, karateca y abogada, la primera congresista lesbiana declarada abiertamente como tal. Marsha, la primera mujer en convertirse en senadora por el estado de Tennessee. Deb es la primera mujer indígena en el Congreso. Ellas abren paso a mujeres similares que aún nunca habían estado ahí. Pero ahí sólo se puede estar si se dan dos condiciones, entre otras circunstancias complejas. Que lleguen a presentarse ante los ciudadanos, lo que implica superar una yincana nada fácil, y, sobre todo, que la cantidad suficiente de esos ciudadanos con, ¡atención!, la calidad necesaria, las voten.

De eso hay, en el fondo, en Infiltrado en el Ku Kux Klan, la desigual, divertida, trágica y muy interesante película de Spike Lee, basada en hechos sorprendentemente reales.

La calidad de quienes votan, su inteligencia, su sentido del humor, incluso, está detrás del espejo en que los ciudadanos nos vamos viendo reflejados en cada periodo democrático, pero con los rostros de los políticos votados. Sólo la inteligencia informada de quienes acompañaban a ese poli negro y a su compañero judío blanco, protagonistas de lo que sucedió en la tranquila y asquerosamente racista Colorado Springs de finales de los 70, hizo posible que la tragedia no fuera mayor. Y, mucho más relevante, hicieron posible que, gracias a blancos y negros y judíos y otras etiquetas humanas juntas y revueltas con tanto corazón como cabeza se dieran la mano para seguir avanzando hacia la civilización. Ésa que ahora se ve amenazada por los Trump, Salvini, Bolsonaro que, por encima de viejas etiquetas de izquierda y derecha, nos asoman al abismo. Llegar hasta quienes les votan es el reto de nuestro tiempo. Habría que ponerles películas desde niños. Actuales, como la de Spike Lee, por ejemplo, o clásicas como Matar a un ruiseñor o explicarles en su contexto histórico de 1915 la ´racista´ obra magna de Griffith, El nacimiento de una nación (que tanto pone a los miembros del Klan). Hacerlo nos vacunaría a todos. Como también lo haría desencantar menos a muchos volviendo a la decencia como valor político. Y, en el primer país del mundo, gritar ´esta es la América de las primeras´ en vez de ´América primero´.