Estábamos en Marbella en los últimos días de octubre. Entre borrasca y borrasca. Tan anheladas éstas como en algunos momentos temidas. Inolvidables esas imágenes del Tajo de Ronda, con el agua, recién caída del cielo, explotando, oscura y feroz, bajo el viejo puente.

Ocurrió como con la visita del maestro Donald Gray a La Virginia, dos días antes. Las magias marbellíes del regreso del buen tiempo en el momento más oportuno. El lunes 29 de octubre se celebró en Marbella el concierto que marca el comienzo de una nueva temporada de los Amigos de la Música, ilustre asociación ciudadana sin ánimo de lucro que honra a mi pueblo desde hace casi medio siglo. La que presidieron y presiden don Arturo Rubinstein y don Plácido Domingo. Algunos me decían que la Santa Providencia, con la ayuda y la donosura de Santa Cecilia de Roma, patrona de los músicos, lo hicieron posible. Esa tregua, grata y tibia, en la cadena de recientes gotas frías, tormentas y diluvios. No se merecían menos los miembros del admirable cuarteto checo que oficiaba en Marbella esa noche: la familia Sedlák. Ya me había avisado Yolanda Galeras, la presidenta de los Amigos de la Música: "No os lo perdáis. Los Sedlák, padres e hijos, son una familia maravillosa. Los niños son increíbles. Magdalena, 12 años, es violinista. Y Lukás, con 9 años, toca el violonchelo". La calidad del programa era obvia: obras importantes de Pachelbel, Vivaldi, Dvorák, Brahms, Mozart, Martinu y Händel.

Tenía razón Yolanda. Una vez más. Fue una noche espectacular. Los Sedlák Virtuosi, padres e hijos, son un deslumbrante, casi milagroso grupo familiar. Representan las dos últimas generaciones de una saga familiar entregada desde hace mucho tiempo al duro trabajo que exige la consagración a la música con mayúscula. Nos impresionaron, por su amor a la música, los jovencísimos y muy prometedores hermanos, Magdalena y Lukás. Y nunca olvidaré sus tímidas sonrisas cuando una ovación del público premió su duro y casi milagroso trabajo.

Tienen ambos la suerte de ser hijos y discípulos de dos solistas espléndidos. Lucie Sedláková Hulová y su esposo, Martin Sedlák. Lucie, violinista, ya triunfó en 1997 en la Joven Orquesta de la Unión Europea. Se consolidó pronto como una de las grandes violinistas checas de la actualidad, gracias a sus interpretaciones como solista en el Concierto para Violín de Dvorák. Fue en 2004, en la gira norteamericana de la Filarmónica de Pilsen. Los críticos americanos alabaron "la belleza de sus tonalidades y sus cálidas expresiones musicales".

Su marido, Martin Sedlák, aclamado como uno de los grandes del violonchelo, es solista de la Camerata de Praga. En la actualidad se le considera por la crítica como "un violonchelista excelente, con un dominio perfecto de su instrumento". Avalado por sus recientes triunfos en reñidas competiciones musicales en Austria y en la República Checa, es actualmente uno de los mejores intérpretes de Bohuslav Martinu.

Cuando terminó este concierto que superó todas las expectativas, pensé en nuestra Europa. La Europa que Schuman, Monnet, Churchill, Adenauer, de Gaulle y de Gasperi hicieron posible. En los inquietantes momentos actuales es reconfortante el recordar a aquellos gigantes. Aquella Europa, personificada en la devoción al arte y en el ejemplar trabajo diario de esta familia checa. La Europa que renació como un milagro de las cenizas y las ruinas de la guerra más atroz de la historia de la humanidad. Pensé en los compatriotas de los Sedlák, los checos. Como tantos europeos fueron víctimas durante demasiado tiempo de patologías diabólicas: el nazismo, el estalinismo, además de turbias y tóxicas veleidades nacionalistas. Pero al final los seres humanos siempre nos sorprenderán. Dios sea loado. Como esta joven familia europea, luminosa en su integridad y en su entrega a la música, como una de las artes sagradas, nacidas del indómito genio del espíritu humano.