Se empieza rastreando las huellas de la actualidad en los años treinta, y se acaba desenterrando el cadáver de Franco. Aplicar recetas con un siglo de antigüedad equivale a ficcionar los datos, una manipulación todavía peor que falsificarlos. La historia es muy útil mientras la mantengas encerrada en su calendario. Esta ley decae cuando los sucesos exprimidos como referencia se remontan a la década anterior, un margen que permite aprovechar las enseñanzas del pasado antes de su caducidad.

Recién prometido el cargo de presidente del ejecutivo, Zapatero convocó una rueda de prensa por sorpresa para anunciar que «he dado la orden de que las tropas de Irak regresen a casa». La decisión más valiente de su mandato fue la primera. Y la más cobarde, la última, replicarán quienes todavía hoy le culpan de sumisión a los dictados ominosos de Obama en la crisis económica.

La distancia amortigua una decisión adoptada una semana después del mayor atentado de la historia de Europa, dejando en entredicho a una coalición emborrachada en aquel 2004 de una victoria prematura. Zapatero tuvo visión. O previsión, una vez examinado el posterior enfangamiento de la contienda. Sin más suspense, el Tribunal Supremo ha sido el Irak de Pedro Sánchez, el gran gesto que ha sustituido en la política postmoderna al grand dessein o gran proyecto. El presidente había intentado la reválida popular de su toma de posesión formal en una decena de ocasiones, siempre sin éxito. Una rueda de prensa por sorpresa le franqueó el acceso a la acreditación masiva el miércoles.

La tentación de escribir que Sánchez acertó en la diana queda vetada, una vez que el presidente se ha encontrado en el vértice de un presunto magnicidio en la estela de Chacal. Escapar ileso a los atentados es otra distinción de los estadistas, de Hassan II a De Gaulle por volver a la novela de Frederick Forsyth. Sin embargo, hasta el ruido de sables y fusiles se amortigua ante el «In dubio, pro Banca» sentenciado por el Supremo, que ni siquiera merece una descalificación valleinclanesca. Se ha mostrado simplemente apergaminado, donde el refugio de la cumbre judicial en comportamientos de los años treinta es más preocupante que su eventual distorsión de los preceptos legales.

La penetración crítica en el discurso de Sánchez advierte un compromiso de bajo coste, más emocional que pragmático. Por lo menos actuó, donde Rajoy se hubiera refugiado en el respeto a las decisiones de los tribunales que precisamente ha inundado al Supremo de descrédito. Y tampoco la retirada de Irak equivalía a marcharse de Vietnam, dada la raquítica aportación española al conflicto mesopotámico. Zapatero cuadró a los sectores castrenses, y su sucesor socialista puso firmes a los jueces del Supremo. No solo actuaba en nombre de los ciudadanos, también representaba a los trece magistrados que votaron en minoría y se escandalizaron del mensaje desolador que transmitían a la sociedad.

Tras el regalo del Supremo, puede afirmarse en propiedad que Sánchez gana la presidencia del Gobierno el mismo día en que los magistrados se rebajaron a la altura de los políticos. Reiterar que los rituales mediáticos son más sagrados que los protocolarios produce cierto sonrojo. Y dado que la plana mayor del egregio Tribunal no trasluce una simpatía excesiva por el presidente socialista, cabe imaginar su chasco colectivo al comprobar que eran víctimas de un gag en dos viñetas. En la primera, los jueces se ponen voluntariamente en ridículo. En la segunda, encajan la reprensión al día siguiente de un ser inferior, enfundado en la americana negro antracita que se reserva al comentario de los atentados terroristas.

Lejos de la laudatio, conviene recordar que el primer ministro se ha aferrado al Supremo hipotecado después de una docena de intentos baldíos. El Irak de Sánchez debió ser Cataluña, sin salvar las distancias. También aquí recibió oxígeno del Supremo, ahora a través de una fiscalía capaz de escribir que los golpistas catalanes «alentaron que la ciudadanía acudiera en masa a votar, y de esta manera obligar al Estado a actuar mediante el uso de la fuerza». Ante desafueros semejantes, el PSOE se ha quedado paralizado dentro y fuera de la región que dominó al borde de la hegemonía en los comicios estatales. Por fortuna para La Moncloa, los independentistas practican la realpolitik con mayor acierto que la ultraderecha moderada que arrasa en cartelera. No importa que los fiscales en teoría jerarquizados de la taifa del Supremo pidan 25 años, ¿o son 250?, para Oriol Junqueras. Los catalanistas que apoyaron a Rajoy en la reforma laboral también auxiliarán a Sánchez en los presupuestos.