Vaya por delante que pienso que Franco no debe estar en El Valle de los Caídos, entre otras cosas porque no es un ´caído´. Hace poco, mi nieta de ocho años me preguntó quién era Franco. Le contesté que era historia. Porque Francisco Franco, que se autotituló «caudillo de España por la gracia de Dios», es hoy historia y los niños ya no saben quién fue.

Pero el gobierno no se ha enterado y se ha empeñado en revivirlo metiendo una pata tras otra hasta el punto de que cabría parodiar a Donald Trump cuando se refirió a los torpes intentos saudíes de negar el asesinato del periodista Jamal Kashogui en el Consulado General de Arabia Saudita en Estambul, para acabar luego reconociendo su muerte: accidental, primero, y premeditada, después. Trump dijo que era el «encubrimiento más chapucero de la historia» y tiene razón, lo que no ha obstado para que luego siga tan amigo del presunto inspirador del crimen.

El gobierno, que está en campaña electoral desde que echó a Mariano Rajoy tras ganarle con toda legitimidad una moción de censura, quiere hacer méritos para seguir gobernando con el voto ciudadano y no con la simple aritmética parlamentaria. Pero como gobernar con sólo 86 diputados es bastante complicado a la vista del carácter poco de fiar de sus apoyos parlamentarios y no tiene capacidad para enfrentar los verdaderos problemas del país, se ve obligado a hacer gestos simbólicos mientras espera a ver si logra sacar adelante unos presupuestos pactados con Podemos o tiene que prorrogar los del PP. Aquí nada de medias tintas. Y mientras, para disimular y entretener al respetable ha decidido sacar a Franco de su tumba de Cuelgamuros donde dormía el sueño de los injustos sin que casi nadie se acordara de él, que es lo que se merece.

Pero como el gobierno tiene prisa, porque no sabe el tiempo que le queda hasta que unos u otros le obliguen a hacer esas elecciones que no desea, ha actuado chapuceramente y sin buscar los necesarios acuerdos parlamentarios que en mi opinión hubiera podido conseguir con un poco de paciencia, porque en este asunto casi todos los españoles estamos de acuerdo: un dictador no debe tener un monumento funerario y menos aún tan grande y tan ofensivo para muchos como es el Valle de los Caídos. Y ha decidido cambiar la Ley de Memoria Histórica para que allí sólo puedan ser enterrados los fallecidos de ambos bandos en la Guerra Civil, lo que obliga a exhumar los restos del dictador pero no los de otro golpista como José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, movimiento fascista donde los haya, pero asesinado poco después de comenzar la guerra.

Y entonces empezaron los problemas porque la familia Franco decidió no cooperar, como era previsible, hasta que viendo que iban a sacar a su pariente del Valle de una forma o de otra, decidieron enterrarlo en una cripta de su propiedad en la catedral de la Almudena, en el corazón de Madrid junto al mismo Palacio Real. Se trata de un engendro neogótico construido en el siglo XX, lo que ya es un sinsentido, cuya decoración interior es todavía más fea (los frescos los pintó Quico Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal). Al parecer los familiares están en su derecho de enterrar en su cripta a quién quieran pero al gobierno le entró el pánico porque se dio cuenta de que había resucitado a un muerto que yacía olvidado a 40 kilómetros de Madrid y que ahora podía tenerlo en el centro de la capital donde colas de fervorosos partidarios, pues todavía quedan algunos y ahora los han despertado, podrían provocar atascos de circulación. Lo que se dice «hacer un pan con unas tortas» y eso provocó tantos nervios que la vicepresidente Calvo fue a Roma para tratar el asunto con el secretario de Estado (primer ministro) del Vaticano, monseñor Pietro Parolin.

Como el gobierno ha cesado precipitadamente y sin explicaciones al embajador ante la Santa Sede justo antes de la visita, no había nadie para disuadirles de este disparatado viaje. Así que a Roma se fue nuestra vicepresidente y no sabemos de qué cosas habló en la Curia pero al salir dijo que el Vaticano se oponía a la inhumación del dictador en la catedral madrileña y Pedro Sánchez suspiró, aliviado, ante las dotes diplomáticas de persuasión de la señora vicepresidente. Y todo fue bien hasta que veinticuatro horas más tarde, en un inusual desmentido, el portavoz del Vaticano hizo un comunicado corrigiendo a la vicepresidente y diciendo lo obvio, que la Iglesia no tiene nada que ver ni que decir sobre el destino de los huesos del general y que le parece que este es un asunto a discutir y a acordar entre el gobierno y la familia Franco.

¡Vaya papelón! Han quitado el tapón y ahora el genio anda suelto y no saben cómo meterlo de nuevo en la botella. La última idea del gobierno (por ahora) es diseñar un sistema de doble llave modificando de nuevo la Ley de Memoria Histórica para impedir que Franco sea enterrado en un lugar donde el público tenga libre acceso, y para imponer multas y llegar a cerrar los lugares donde se haga apología del franquismo y se exalte a Franco. Si pudieran arrojarían el cadáver al océano, como hicieron los norteamericanos con Osama bin Laden. Lo que más me preocupa es la moda de solucionar problemas puntuales modificando por decreto las leyes que no gustan.

*Jorge Dezcállar es diplomático