Vale más no insultar. Pero de no poder evitarlo, vale más insultar como si no se insultase. Leo que la administradora única provisional de RTVE, Rosa María Mateo, «perdió las formas» en una comisión de control parlamentario cuando le espetó, con cara de mucho cabreo, al diputado popular Rafael Moreno: «Es usted muy mezquino y muy miserable». El señor Moreno había dejado caer en su interpelación a la señora Mateo que existía un conflicto de intereses entre el cargo que ella ocupaba y las actividades laborales de un su hijo (está bien escrito: se puede decir así). A la compareciente le sentó como un tiro que se sacase a los hijos a relucir y defendió a su vástago como currante traductor de inglés al que no proporcionó trabajo alguno. Como 'YouTube' está hasta arriba de vídeos con el rifirrafe, seguro que el lector se formará su propio criterio sobre quién tenía razón ética. Yo voy a ver quién la tiene lingüística. Tras haber oído que se le tildaba de «muy mezquino» y «muy miserable», el diputado del PP, con cara de grande escándalo, replicó: «En ningún momento yo le he faltado al respeto ni le he insultado a la compareciente. Señor presidente, esto es intolerable, intolerable». ¿Insultó, entonces, la señora Mateo, «perdió las formas», y fue el señor Moreno hombre respetuoso y guardador de formas en todo momento? Vamos a estudiarlo. Insultar es, según la Real Academia Española, ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones. Ojo: hay que provocar, pero a la vez irritar. Las dos cosas juntas. El insultador busca adrede una reacción de enojo que desate la ira de su interlocutor. Eso es el insulto. Declararle a alguien en los morros su condición de «muy mezquino y muy miserable» es un insulto - y si se quiere un doble insulto pues cabe esperar que el interpelado se enoje e irrite por tales calificativos. Sin embargo, ¿no cabe esperar asimismo que provoque enojo y genere irritación el hecho de que la acusen a una de favorecer con malas artes el curro de un hijo cuando se tiene la certeza de que no ha sido así? O sea, ¿no insultó también y primero el señor Moreno? Sigamos. ¿Dice verdad cuando afirma que jamás ha faltado al respeto a la señora Mateo, es decir, que la ha tratado con miramiento, consideración y deferencia? Hombre, a ver, señoría, un momento, cuidadín, un poquito de por favor€ la acusación que ha dejado caer sobre la administradora televisiva y su hijo no parece ni atenta, ni considerada, ni cortés precisamente, ¿verdad? Ambos personajes se han insultado, pues. Y no lo digo yo, lo dice la lengua española y lo recoge el Diccionario de la RAE. La astucia del señor Moreno estuvo en haber insultado como si no insultase, con muchas palabras. La torpeza de la señora Mateo estuvo en haber insultado a la pata la llana, solo con un par de adjetivos precedidos de adverbio. Cambiemos las tornas. Si la señora Mateo hubiese respondido: «Lo reputo a usted como carente en demasía de generosidad y de nobleza de espíritu, hombre de altura nada descollante y no buenos procederes», habría dicho lo mismo que dijo, pero habría sonado a que no insultaba. Si el señor Moreno la hubiera llamado enchufista y prevaricadora, habría dicho lo mismo que dijo, pero habría parecido un faltoso insultador. De modo que ha de aplicarse la señora Mateo en un futuro al rodeo de palabras o a buscarse un 'coach' de fino verbo si quiere evitarse gaitas. Sea farragosa o califique a cualquier oponente de ignaro, nesciente, desavisado, insipiente, intonso, bolo, mostrenco, calabazón, naranjo, rocino, cuaco€ que no se va a enterar. Dígale inope mental, desbragado, pelón, pelete cerebral, lacerioso en saberes, pidientero de saberes, zampalimosnas intelectual, brodista de conocimientos. Dígale que es muy sopista de ideas. O sea, llámele muy mezquino y muy miserable, pero como quien no quiere la cosa.